
Envidia, La Envidia Mata, Envidia Definicion
Envidia: Rencor o tristeza por la buena fortuna de alguien, junto con el deseo desordenado de poseerla. Es uno de los siete pecados capitales. Se opone al décimo mandamiento. Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. MT.6,1-2; Cf Mt6,16-18
La envidia es ese mecanismo psicológico que no permite que nadie tenga ni sea mejor que uno. De acuerdo a la primera definición la envidia es sentir tristeza o pesar por el bien ajeno. De acuerdo a esta definición lo que no le agrada al envidioso no es tanto algún objeto en particular que un tercero pueda tener sino la felicidad en ese otro. Entendida de esta manera, es posible concluir que la envidia es la madre del resentimiento, un sentimiento que no busca que a uno le vaya mejor sino que al otro le vaya peor.
La envidia definida como la tristeza ante el bien ajeno, ese no poder soportar que al otro le vaya bien, ambicionar sus goces y posesiones, es también desear que el otro no disfrute de lo que tiene.
¿Qué es lo que anhela el envidioso? En el fondo, no hace más que contemplar el bien como algo inalcanzable. Las cosas son valiosas cuando están en manos de otro. El deseo de despojar, de que el otro no posea lo que tiene está en la raíz del pecado de la envidia. Es un pecado profundamente insolidario que también tortura y maltrata al propio pecador. Podemos aventurar que el envidioso es más desdichado que malo.
El envidioso siembra la idea ante quienes quieran escucharlo de que el otro no merece sus bienes. De esta actitud se desprenden la mentira, la traición, la intriga y el oportunismo.
De acuerdo a la segunda de las acepciones la envidia se puede encuadrar dentro de la emulación o deseo de poseer algo que otro posee. Siendo en este caso que lo envidiado no es un sujeto sino un objeto material o intelectual. Por lo tanto en esta segunda acepción la base de la envidia sería el sentimiento de desagrado por no tener algo y además de eso el afán de poseer ese algo. Esto puede llegar a implicar el deseo de privar de ese algo al otro en el caso de que el objeto en disputa sea el único disponible.
En la tradición cristiana es definida como “desagrado, pesar, tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno, en cuanto este se mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria”.
Como la avaricia, la envidia (en latín, invidia) se caracteriza por un deseo insaciable, sin embargo, difieren por dos grandes razones: Primero, la avaricia está más asociada con bienes materiales, mientras que la envidia puede ser más general; segundo, aquellos que cometen el pecado de la envidia desean algo que alguien más tiene, y que perciben que a ellos les hace falta, y a consiguiente desear el mal al prójimo, y sentirse bien con el mal ajeno.
Dante Alighieri define esto como «amor por los propios bienes pervertido al deseo de privar a otros de los suyos». En el purgatorio de Dante, el castigo para los envidiosos era el de cerrar sus ojos y coserlos, porque habían recibido placer al ver a otros caer.
"¿Por qué él y no yo?", se pregunta el envidioso que no acepta el triunfo ajeno, sobre todo, cuando sabe que la persona envidiada es alguien que un día no tuvo nada y que otro día llega a tener todo.
No hay nada más envidiable en la vida que la suerte de quien posee el juguete que uno mismo quisiera tener. De modo que en esta competencia abierta, en la que uno ambiciona ser y tener lo que es y tiene el otro, es casi natural que el envidioso busque por todos los medios la caída de su rival, impulsado por esa creencia innata de que nadie es tan capaz y perfecto como uno mismo.
En la envidia todo vale: la ley de la selva y el sálvese quien pueda.
Los envidiosos, para procurar la caída de su rival: difaman, insultan, acusan y, lo que es peor, cuando ya no les queda más argumentos para hablar en contra, transforman la mentira en verdad y la verdad la convierten en basura, pues los envidiosos suelen ser como las serpientes venenosas y las navajas de doble filo.
Por eso mi abuela, una señora entendida en el vasto tema de la envidia, advertía sin cesar: "Cuídate de los envidiosos, que esos te dan un beso de Judas en la mejilla y te clavan el cuchillo de la traición por la espalda. Además, si la envidia fuera tiña, cuánto tiñoso habría".
Con ella aprendí que la envidia es el pecado capital del individuo y la hermana melliza de la hipocresía.
Aprendí también que la envidia es una sensación que afecta más a los frustrados que a quienes son envidiados por su belleza, inteligencia, triunfo profesional, fama o fortuna.
Y, sin embargo, nunca concebí cómo el ser humano puede gozar con la desgracia ajena y entristecerse con la felicidad del prójimo.
Los envidiosos en potencia, que viven, tienen un denominador común:
* suelen ejercitar la maledicencia y
* el gusto por encontrarle defectos al sujeto en cuestión,
* con el fin de exaltar sus debilidades y
* menoscabar sus virtudes;
En el arte, la cultura, la política y, por supuesto, en el periodismo, abundan quienes conspiran a espaldas de quienes ejercen la misma profesión; no en vano reza el dicho: "Tu colega es tu peor enemigo", debido a que la rivalidad del colega se manifiesta no sólo en el celo y el odio, sino también en la traición y el crimen.
No obstante, en ningún otro oficio la envidia es tan evidente como en el arte y la política, donde el amigo de mayor confianza puede trocarse en el enemigo más irreconciliable, o como apunta Elena Ochoa:
"Cuando alguien como nosotros logra con éxito lo que habíamos depositado en el baúl de los sueños, cuando otro consigue aquello a lo que habíamos renunciado, nuestro ego a veces no puede soportarlo, sobre todo si ese alguien, ese otro, está cerca en el tiempo, en el espacio, en edad, en reputación, en nacimiento".
Es decir, si es el hermano, el vecino, el amigo, el colega, el conocido.
Porque no es el coche, la casa, el traje o el éxito profesional lo que está verdaderamente en juego, sino yo mismo, lo que yo valgo, lo que soy capaz de hacer.
El objetivo o la cosa conseguida sólo ha puesto de manifiesto una diferencia insoportable, inesperada.
Ha demostrado que ese sueño para mí prohibido es posible para el otro".
El envidioso está acostumbrado a
* meter cizaña entre los amigos y parientes,
* con el propósito de lograr sus objetivos
* a base de engatusar y confabular mentiras.
Es un ser peligroso que puede convertir una cofradía en un nido de ratas y serpientes. ¡Ojo!, el envidioso se disfraza casi siempre de amigo, como el lobo de oveja, para causar un daño en el momento menos esperado, pues es un ser astuto que, aun siendo un pobre diablo, se ufana de tener más sapiencia y experiencia.
De ahí que cuando se aparece un envidioso, lo mejor es avanzar con los oídos tapados y los ojos bien abiertos, para no escuchar los falsos cantos de sirena ni caer en las trampas que va dejando a cada paso.
La envidia no perdona a quien se trepa a la cúspide de la pirámide o levanta un vuelo por encima del resto. La envidia es un arma poderosa que puede herir o agredir.
Bertrand Russell sostenía que la envidia es una de las más potentes causas de infelicidad. Siendo universal es el más desafortunado aspecto de la naturaleza humana, porque aquel que envidia no sólo sucumbe a la infelicidad que le produce su envidia, sino que además alimenta el deseo de producir el mal a otros.
La envidia ha sido frecuentemente tema literario y ha inspirado relatos literarios como el de Caín y Abel que aparece en el Génesis de la Biblia.
En psicológia, una de las peculiaridades de la actuación envidiosa es que necesariamente se disfraza o se oculta, y no sólo ante terceros, sino también ante sí mismo. La forma de ocultación más usual es la negación: se niega ante los demás y ante uno mismo sentir envidia.
La envidia revela una deficiencia de la persona, del ser envidioso, que no está dispuesto a admitir. Si el envidioso estuviera dispuesto a saber de sí, a reconocerse, asumiría ante los demás y ante sí mismo sus carencias.
La dependencia unidireccional del envidioso respecto del envidiado persiste aún cuando el envidiado haya dejado de existir. Y esta circunstancia –la inexistencia empírica del sujeto envidiado y la persistencia, no obstante, de la envidia respecto de él-descubre el verdadero objeto de la envidia, que no es el bien que posee el envidiado, sino el sujeto que lo posee.
El envidioso acude para el ataque a aspectos difícilmente comprobables de la privacidad del envidiado, que contribuirían, de aceptarse, a decrecer la positividad de la imagen que los demás tienen de él (el envidioso tiende a hacerse pasar por el mejor «informado», advirtiendo a veces que «aún sabe más»). Pero adonde realmente dirige el envidioso sus intentos de demolición es a la imagen que los demás, menos informados que él, o más ingenuos, se han construido sobre bases equivocadas.
El envidioso es un hombre carente de (algún o algunos) atributos y, por lo tanto, sin los signos diferenciales del envidiado. Sabemos de qué carece el envidioso a partir de aquello que envidia en el otro. Pero, además, en este discurso destaca la tácita e implícita aseveración de que el atributo que el envidiado posee lo debiera poseer él, y, es más, puede declarar que incluso lo posee, pero que, injustificadamente «no se le reconoce». Ésta es la razón por la que el discurso envidioso es permanentemente crítico o incluso hipercrítico sobre el envidiado, y remite siempre a sí mismo. Aquel a quien podríamos denominar «el perfecto envidioso» construye un discurso razonado, bien estructurado, pleno de observaciones negativas que hay que reconocer muchas veces como exactas.
Combatir la Envidia — ¿Cuál es el Gran Problema?
Es posible que seas como yo. Combatir la envidia es un desafío constante. Sin embargo, sé por experiencia que cuando no se combate la envidia, te conduce a la amargura. De hecho, la Biblia trata sobre la envidia. Santiago 3:16 dice: “Porque donde hay envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de acciones malvadas”. Partiendo de esta sabiduría, sabemos que el pensamiento malo produce una vida mala. Cuando tenemos celos o sentimientos de envidia, nuestras vidas se caracterizarán por la confusión, el desorden y el desprecio. Ninguna buena acción proviene de un espíritu malvado y de envidia. ¡Luchar contra la envidia es esencial!
La envidia definida como la tristeza ante el bien ajeno, ese no poder soportar que al otro le vaya bien, ambicionar sus goces y posesiones, es también desear que el otro no disfrute de lo que tiene.
¿Qué es lo que anhela el envidioso? En el fondo, no hace más que contemplar el bien como algo inalcanzable. Las cosas son valiosas cuando están en manos de otro. El deseo de despojar, de que el otro no posea lo que tiene está en la raíz del pecado de la envidia. Es un pecado profundamente insolidario que también tortura y maltrata al propio pecador. Podemos aventurar que el envidioso es más desdichado que malo.
El envidioso siembra la idea ante quienes quieran escucharlo de que el otro no merece sus bienes. De esta actitud se desprenden la mentira, la traición, la intriga y el oportunismo.
De acuerdo a la segunda de las acepciones la envidia se puede encuadrar dentro de la emulación o deseo de poseer algo que otro posee. Siendo en este caso que lo envidiado no es un sujeto sino un objeto material o intelectual. Por lo tanto en esta segunda acepción la base de la envidia sería el sentimiento de desagrado por no tener algo y además de eso el afán de poseer ese algo. Esto puede llegar a implicar el deseo de privar de ese algo al otro en el caso de que el objeto en disputa sea el único disponible.
En la tradición cristiana es definida como “desagrado, pesar, tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno, en cuanto este se mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria”.
Como la avaricia, la envidia (en latín, invidia) se caracteriza por un deseo insaciable, sin embargo, difieren por dos grandes razones: Primero, la avaricia está más asociada con bienes materiales, mientras que la envidia puede ser más general; segundo, aquellos que cometen el pecado de la envidia desean algo que alguien más tiene, y que perciben que a ellos les hace falta, y a consiguiente desear el mal al prójimo, y sentirse bien con el mal ajeno.
Dante Alighieri define esto como «amor por los propios bienes pervertido al deseo de privar a otros de los suyos». En el purgatorio de Dante, el castigo para los envidiosos era el de cerrar sus ojos y coserlos, porque habían recibido placer al ver a otros caer.
"¿Por qué él y no yo?", se pregunta el envidioso que no acepta el triunfo ajeno, sobre todo, cuando sabe que la persona envidiada es alguien que un día no tuvo nada y que otro día llega a tener todo.
No hay nada más envidiable en la vida que la suerte de quien posee el juguete que uno mismo quisiera tener. De modo que en esta competencia abierta, en la que uno ambiciona ser y tener lo que es y tiene el otro, es casi natural que el envidioso busque por todos los medios la caída de su rival, impulsado por esa creencia innata de que nadie es tan capaz y perfecto como uno mismo.
En la envidia todo vale: la ley de la selva y el sálvese quien pueda.
Los envidiosos, para procurar la caída de su rival: difaman, insultan, acusan y, lo que es peor, cuando ya no les queda más argumentos para hablar en contra, transforman la mentira en verdad y la verdad la convierten en basura, pues los envidiosos suelen ser como las serpientes venenosas y las navajas de doble filo.
Por eso mi abuela, una señora entendida en el vasto tema de la envidia, advertía sin cesar: "Cuídate de los envidiosos, que esos te dan un beso de Judas en la mejilla y te clavan el cuchillo de la traición por la espalda. Además, si la envidia fuera tiña, cuánto tiñoso habría".
Con ella aprendí que la envidia es el pecado capital del individuo y la hermana melliza de la hipocresía.
Aprendí también que la envidia es una sensación que afecta más a los frustrados que a quienes son envidiados por su belleza, inteligencia, triunfo profesional, fama o fortuna.
Y, sin embargo, nunca concebí cómo el ser humano puede gozar con la desgracia ajena y entristecerse con la felicidad del prójimo.
Los envidiosos en potencia, que viven, tienen un denominador común:
* suelen ejercitar la maledicencia y
* el gusto por encontrarle defectos al sujeto en cuestión,
* con el fin de exaltar sus debilidades y
* menoscabar sus virtudes;
En el arte, la cultura, la política y, por supuesto, en el periodismo, abundan quienes conspiran a espaldas de quienes ejercen la misma profesión; no en vano reza el dicho: "Tu colega es tu peor enemigo", debido a que la rivalidad del colega se manifiesta no sólo en el celo y el odio, sino también en la traición y el crimen.
No obstante, en ningún otro oficio la envidia es tan evidente como en el arte y la política, donde el amigo de mayor confianza puede trocarse en el enemigo más irreconciliable, o como apunta Elena Ochoa:
"Cuando alguien como nosotros logra con éxito lo que habíamos depositado en el baúl de los sueños, cuando otro consigue aquello a lo que habíamos renunciado, nuestro ego a veces no puede soportarlo, sobre todo si ese alguien, ese otro, está cerca en el tiempo, en el espacio, en edad, en reputación, en nacimiento".
Es decir, si es el hermano, el vecino, el amigo, el colega, el conocido.
Porque no es el coche, la casa, el traje o el éxito profesional lo que está verdaderamente en juego, sino yo mismo, lo que yo valgo, lo que soy capaz de hacer.
El objetivo o la cosa conseguida sólo ha puesto de manifiesto una diferencia insoportable, inesperada.
Ha demostrado que ese sueño para mí prohibido es posible para el otro".
El envidioso está acostumbrado a
* meter cizaña entre los amigos y parientes,
* con el propósito de lograr sus objetivos
* a base de engatusar y confabular mentiras.
Es un ser peligroso que puede convertir una cofradía en un nido de ratas y serpientes. ¡Ojo!, el envidioso se disfraza casi siempre de amigo, como el lobo de oveja, para causar un daño en el momento menos esperado, pues es un ser astuto que, aun siendo un pobre diablo, se ufana de tener más sapiencia y experiencia.
De ahí que cuando se aparece un envidioso, lo mejor es avanzar con los oídos tapados y los ojos bien abiertos, para no escuchar los falsos cantos de sirena ni caer en las trampas que va dejando a cada paso.
La envidia no perdona a quien se trepa a la cúspide de la pirámide o levanta un vuelo por encima del resto. La envidia es un arma poderosa que puede herir o agredir.
Bertrand Russell sostenía que la envidia es una de las más potentes causas de infelicidad. Siendo universal es el más desafortunado aspecto de la naturaleza humana, porque aquel que envidia no sólo sucumbe a la infelicidad que le produce su envidia, sino que además alimenta el deseo de producir el mal a otros.
La envidia ha sido frecuentemente tema literario y ha inspirado relatos literarios como el de Caín y Abel que aparece en el Génesis de la Biblia.
En psicológia, una de las peculiaridades de la actuación envidiosa es que necesariamente se disfraza o se oculta, y no sólo ante terceros, sino también ante sí mismo. La forma de ocultación más usual es la negación: se niega ante los demás y ante uno mismo sentir envidia.
La envidia revela una deficiencia de la persona, del ser envidioso, que no está dispuesto a admitir. Si el envidioso estuviera dispuesto a saber de sí, a reconocerse, asumiría ante los demás y ante sí mismo sus carencias.
La dependencia unidireccional del envidioso respecto del envidiado persiste aún cuando el envidiado haya dejado de existir. Y esta circunstancia –la inexistencia empírica del sujeto envidiado y la persistencia, no obstante, de la envidia respecto de él-descubre el verdadero objeto de la envidia, que no es el bien que posee el envidiado, sino el sujeto que lo posee.
El envidioso acude para el ataque a aspectos difícilmente comprobables de la privacidad del envidiado, que contribuirían, de aceptarse, a decrecer la positividad de la imagen que los demás tienen de él (el envidioso tiende a hacerse pasar por el mejor «informado», advirtiendo a veces que «aún sabe más»). Pero adonde realmente dirige el envidioso sus intentos de demolición es a la imagen que los demás, menos informados que él, o más ingenuos, se han construido sobre bases equivocadas.
El envidioso es un hombre carente de (algún o algunos) atributos y, por lo tanto, sin los signos diferenciales del envidiado. Sabemos de qué carece el envidioso a partir de aquello que envidia en el otro. Pero, además, en este discurso destaca la tácita e implícita aseveración de que el atributo que el envidiado posee lo debiera poseer él, y, es más, puede declarar que incluso lo posee, pero que, injustificadamente «no se le reconoce». Ésta es la razón por la que el discurso envidioso es permanentemente crítico o incluso hipercrítico sobre el envidiado, y remite siempre a sí mismo. Aquel a quien podríamos denominar «el perfecto envidioso» construye un discurso razonado, bien estructurado, pleno de observaciones negativas que hay que reconocer muchas veces como exactas.
Combatir la Envidia — ¿Cuál es el Gran Problema?
Es posible que seas como yo. Combatir la envidia es un desafío constante. Sin embargo, sé por experiencia que cuando no se combate la envidia, te conduce a la amargura. De hecho, la Biblia trata sobre la envidia. Santiago 3:16 dice: “Porque donde hay envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de acciones malvadas”. Partiendo de esta sabiduría, sabemos que el pensamiento malo produce una vida mala. Cuando tenemos celos o sentimientos de envidia, nuestras vidas se caracterizarán por la confusión, el desorden y el desprecio. Ninguna buena acción proviene de un espíritu malvado y de envidia. ¡Luchar contra la envidia es esencial!