Pascua
La Pascua judía
El nombre de Pascua deriva de la
palabra hebrea Phase o Phazahah, y significa "paso" o
"tránsito", o más propiamente "salto".
El objeto principal de la Pascua judía fue conmemorar el
"pasó" del Ángel exterminador por las casas
de los egipcios, matando a sus primogénitos; pasando por alto,
o "saltando", y perdonando a los de los hebreos.
Refiriéndose a este "paso" del Ángel
exterminador, dice el texto bíblico: Llamó Moisés
a todos los ancianos de Israel, y díjoles: Id y tomad el
animal por vuestras familias, e inmolad la Pascua, etc.
Al propio tiempo que conmemora el paso del Ángel exterminador por las casas de los egipcios, la Pascua judía les recordaba a los hebreos la comida del Cordero, y el insigne beneficio de haber sido ellos librados de la esclavitud, "pasando" a pie enjuto el mar Rojo. Este Cordero es el animal que en el versículo 21 del Éxodo, antes citado, les mandaba Moisés tomar a los hebreos, por familias, e inmolarlo para celebrar la Pascua, o "paso" del Ángel. De él habla minuciosamente' el Éxodo en el capítulo XII, vers. 5, 6, 8, 9, 10, 11, 26 y 2.7. Tales eran, en resumen, las ceremonias de la Pascua judía, y tales los sucesos que con ella conmemoraban. Todo en ella era figura de la Pascua cristiana. El Cordero pascual, especialmente, era una imagen tan viva y tan perfecta de Jesucristo, que los mismos Apóstoles la hicieron resaltar en sus escritos.
La Pascua cristiana
La Pascua cristiana, de la que la
judía, como hemos ya dicho, era una mera figura, fué
establecida, en los tiempos apostólicos, para conmemorar,
según unos, la Pasión de Nuestro Señor, y según
otros, su Resurrección. De todos los modos, hoy tiene por
objeto celebrar el gran acontecimiento de la Resurrección de
Jesucristo, que fué un "tránsito" glorioso de
la muerte a la vida, después de haber pasado por el mar Rojo
de la sangrienta Pasión.
El Papa Víctor I (190-198), la vuelve a encarar con ánimo de zanjarla, y, al efecto, invita a todas las Iglesias de Oriente y de Occidente a reunirse en sínodos para deliberar. Los occidentales abogaban, casi por unanimidad, por el uso romano; en cambio los asiáticos se aferraban a su tradición. El Papa, dispuesto a poner término al conflicto, separa a los hermanos de Asia de la comunión católica, y después de intervenciones conciliatorias por ambas partes, el Oriente y el Occidente convienen celebrar la Pascua en domingo, práctica que definitivamente quedó consagrada en el concilio de Nicea.
Pero si todas las Iglesias de la cristiandad estaban ya de acuerdo en celebrar la Pascua, no ya el 14 de Nisán, como los judíos, sino en un domingo; faltaba todavía fijar para siempre el tal domingo, ya que de eso dependía todo el ciclo litúrgico anual. Después de muchos y difíciles estudios y de tantear, durante largos años, los diversos sistemas astronómicos en uso, para concordar en lo posible los años solares y lunares; por fin, la Iglesia romana fijó definitivamente la celebración de la Pascual el domingo siguiente a la luna llena del equinoccio de primavera, o del 21 de marzo, pudiendo por lo tanto, oscilar la fiesta entre el 22 de marzo y el 25 de abril.
La solemnidad pascual
Los oficios pascuales propiamente
dichos, preludian el Sábado Santo, con la Bendición del
fuego y todo lo demás, que, originariamente, correspondía
a la noche de ese día y a la madrugada del domingo; pero la
Pascua verdadera comienza con la Resurrección de Jesucristo,
en la aurora del domingo. He aquí cómo la anuncia al
mundo católico el Martirologio Romano:
En este día que hizo el Señor, celebramos la Solemnidad de las solemnidades, y nuestra PASCUA, es decir: La Resurrección de Nuestro Salvador Jesucristo, según la carne.
En el Breviario romano, los Maitines de Pascua son los más cortos del, año, debido a que los eclesiásticos habían pasado en vela, toda la noche del sábado con los oficios bautismales, y a que era de rigor colocar los Laudes al rayar el alba, para con ellos saludar la Resurrección.
En la Edad Media, estuvo muy en boga la costumbre de representar dramáticamente en los templos la escena de la Resurrección, inmediatamente después de los Maitines y antes de Laudes. Con variantes locales, el drama litúrgico reducíase a lo siguiente:
El clero y los fieles iban en procesión, con cirios encendidos en las manos, y, a veces, con incienso y aromas, a un cierto lugar del templo en que se había instalado un Sepulcro imaginario. Allí esperaban varios clérigos vestidos de albas, representando a las tres Marías y a los. Apóstoles San Pedro y San Juan, a los que asociaban los niños del coro, personificando a los Ángeles mensajeros de la Resurrección. Al acercarse al sepulcro, los Ángeles preguntaban, cantando, a las Marías
Quem quaéritis in Sepulchro? - ¿A quién buscáis en el Sepulcro?
Y respondían ellas
Jesum Nazarenum. - A Jesús Nazareno. Contestándoles los Ángeles
Surrexit; non est hic. - Ha resucitado; no está aquí. Y levantando el velo o sudario que cubría el, Sepulcro imaginario, los Ángeles se lo mostraban vacío a las Marías y a toda la concurrencia. Inmediatamente, se entablaba entre ellos el gracioso diálogo de la Secuencia Victimae Paschali laudes, de la Misa de Pascua, terminando el acto con el T e Deum.
En algunas iglesias, en la Capilla llamada del Santo Sepulcro, y cubierto con el Sudario, se ocultaba desde el jueves Santo el Santísimo. Sacramento; y hecha toda esa triunfante representación escénica, se le descubría, y se le llevaba en procesión por el interior del templo, para festejar así la victoria de la Resurrección.
En otras iglesias se celebraba el desentierro del aleluya, como un complemento de la ceremonia del entierro realizada la víspera de Septuagésima; cuya aparición se saludaba con cánticos de regocijo. Seguramente es un vestigio de estos antiguos usos populares la típica procesión que en algunos países se celebra actualmente todavía en la mañana de Pascua para representar el encuentro de Jesús con la Virgen su Madre, y los mutuos saludos de parabienes que se dirigen por boca de algunos de los concurrentes.
Las Vísperas
Por la mañana, había
ocupado la atención de todos el hecho primordial de la
Resurrección; en cambio, por la tarde, eran los neófitos
los héroes de la fiesta. Vestidos ellos de blanco y rodeados
de toda la asamblea de los fieles, asistían a las Vísperas,
que, en Roma, celebraba el Papa con toda la pompa pontifical.
Terminado el tercer salmo, organizábase una brillante procesión para conducir a los neófitos al baptisterio en que, la noche anterior, habían sido solemnemente bautizados. Encabezaba la procesión el Cirio pascual, tras del cual iba un diácono con el vaso del Santo Crisma, y, en pos de él, la Cruz mayor acompañada de siete acólitos con siete candeleros de oro, que representaban los del Apocalipsis. Seguían el clero y el Pontífice, y, por fin, los neófitos de dos en dos, y todos los demás asistentes. Colocados los neófitos en derredor de la piscina, el prelado incensaba las aguas bautismales, mientras la asamblea continuaba cantando los demás salmos y antífonas de Vísperas. De regreso a, la basílica, los neófitos se estacionaban debajo del Crucifijo que se elevaba en el arco triunfal, para rendir homenaje al divino Libertador.
Usos y costumbres antiguos
Además de las representaciones
escénicas y ritos litúrgicos, los ceremoniales y
tratados de liturgia medioevales reseñan algunos usos y
costumbres pascuales, que nos place desenterrar para solaz de los
cristianos ilustrados.
Habiendo sido el tiempo de Cuaresma días de austeridades y privaciones, así para los templos materiales como para los espirituales, que somos nosotros; parecía lógico que, al llegar la Pascua, uno y otros se aliñasen y adornasen como para semejante fiesta. Al efecto, acostumbrábase con ese motivo a tomar baños, a arreglarse las barbas, las tonsuras y el peinado, y a vestirse con trajes de color, preferentemente blancas, para así estimularse mutuamente a la limpieza interior, y a la vez contribuir al mayor esplendor de la Solemnidad. El templo material, por su parte, hacía gala en esta fiesta de sus mejores ropas y adornos, ora en los paños murales, cubriéndolos con cortinas y tapices de seda; ora en las sillerías del coro, aforrando con ricos tapetes de colores los respaldos y reclinatorios; ora en los altares, aderezándolos con candeleros y relicarios de oro o de plata, con estuches para textos del Evangelio, etc.
El día de Pascua era el día clásico para la Comunión pascual, y, para acercarse libres de rencores a la mesa eucarística.
La ceremonia se verificaba, ora después de Maitines, ora en el momento de las representaciones dramáticas, ora al principio de la Misa. El que daba el ósculo decía entre tanto: Resurrexit Dóminus, "el Señor ha resucitado"; ' y el que lo recibía le contestaba: Deo gracias, "a Dios gracias".
En algunos países, los buenos cristianos no sólo no se animaban a reanudar el día de Pascua la comida de carnes y huevos sin el beneplácito de la Iglesia, pero ni siquiera a probar ningún otro manjar sin la bendición del sacerdote. A ese fin, llevaba cada familia al atrio o vestíbulo del templo los comestibles necesarios, que el sacerdote bendecía solemnemente, revestido de ornamentos y con Cruz alzada. Cumplida la bendición, era usanza, practicada ya en el Antiguo Testamento, que el sacerdote se reservara el alimento necesario para aquel día.
En este mismo orden de cosas, era también costumbre tener en las iglesias cierta provisión de pan y vino, para dar a los hombres que comulgaban aquel día -que eran los más-, un "bocado de pan y un cortadillo de vino", según la expresión de la Regla de San Benito, de donde tomó origen la costumbre. El objeto era precaver los desvanecimientos de los comulgantes débiles y los consiguientes peligros de profanar las sagradas especies.
Siendo la Pascua de Resurrección la verdadera fiesta de la libertad cristiana, ya que en ella nos rescató Jesucristo del ominoso yugo de Satanás y del pecado, otra de las costumbres pascuales era abrir, durante la semana, las puertas de las cárceles y presidios de toda especie, para que los cautivos participaran libremente del común gozo de la sociedad. Otro tanto practicaban los amos con sus siervos y esclavos y con los criados en general.
Es interesante oír cómo aquellos amos razonaban al otorgarles esta libertad pasajera: "Dámosles -decían- a nuestros siervos y criados y a los pastores de nuestros rebaños y a toda nuestra servidumbre, unos días de asueto y de libertad, para que puedan desahogada y tranquilamente asistir a los divinos Oficios, y comulgar". Asimismo hacíaseles inhumano a los acreedores exigir el pago de las deudas, ya que en días de Pascua todas las cosas decíanse ser a todos comunes.
Los "Agnus Dei"
El acto final de esta ceremonia y de la
octava pascual, era la entrega a los neófitos del Agnus Dei,
reliquia que ya en la Misa había sido distribuída por
el Papa a los cardenales y dignatarios eclesiásticos, y
después de ella, al clero y a los fieles asistentes. Eran los
Agnus Dei unos medallones hechos con la cera sobrante del Cirio
pascual del año anterior, bendecidos y ungidos con el santo
Crisma por el Papa, y marcados con la efigie del Cordero, símbolo
el más expresivo de Jesucristo, Redentor y Salvador del mundo.
Los rituales del siglo XIV describían así la ceremonia
de la distribución: Durante el canto del Agnus Dei, el Papa
distribuye los Agnus Dei de cera a los .cardenales y a los prelados,
colocándoselos en sus mitras. Una vez terminado el Santo
Sacrificio, van todos al triclinio y se sientan a comer, y, en tre
tanto, preséntase un acólito con una bandeja de plata
llena de Agnus Dei, y le dice: "Señor, éstos son
los tiernos corderillos que nos han anunciado el Aleluya; acaban de
salir de las fuentes, y están radiantes de claridad, aleluya".
El clérigo avanza entonces al medio de la sala, y repite el
mismo anuncio; luego se acerca más al Pontífice, y, en
tono más agudo, repítele por tercera vez y con mayor
encarecimiento su mensaje, depositando, por fin, la bandeja sobre la
mesa papal. El Papa entonces distribuye los Agnus Dei a sus
familiares, a los sacerdotes, a los capellanes, a los acólitos,
y envía algunos como regalo a .los soberanos católicos."
En realidad, esos "tiernos corderillos" recién
salidos de la fuente bautismal y anunciando los regocijos pascuales,
eran los neófitos, objeto aquella semana, y especialmente
aquel día, de las complacencias del augusto Pastor y de todo
el pueblo cristiano.
El origen de los Agnus Dei no es ni pagano ni supersticioso, como quieren demostrar algunos arqueólogos, sino cristiano, y probablemente romano. No se remonta más allá del siglo IX. Actualmente, siguiendo un ceremonial del siglo XVI, lo bendice el Papa solemnemente, al principio de su pontificado, y luego cada cinco años; pero existe otra fórmula privada con la cual acostumbra a bendecirlos cuando se han agotado, o en cualquiera otra circunstancia que lo estime conveniente. Su tamaño oscila entre 3 y 23 centímetros, y asimismo el tamaño de la imagen. Ésta representa al Cordero acostado sobre el libro cerrado con siete sellos, nimbado con la cruz, y ostentando la bandera de la Resurrección. A su alrededor va escrita la leyenda: Ecce Agnus Dei, etc. En el reverso suele representarse uno o varios Santos, y allí mismo, o en el anverso, se graba el nombre del Papa reinante. Por la bendición y unciones que se les aplican, los Agnus Dei son considerados como reliquias sagradas, las que en algunas iglesias, como en las benedictinas, se exponen en el altar mayor, el Sábado "in albis".