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Jesucristo manda a santa Brigida que vaya a Roma, donde por quince años padeció la Santa muchas tribulaciones, y cómo se estableció en su Orden el canto del: Ave Maris Stella.
Capítulo 1
Hallábase la Santa en el monasterio de Alvastro, cuando le dijo Jesucristo: Ve a Roma y permanece allí hasta que veas al Pontífice y al emperador, y les hables de parte mía las palabras que te he de decir. A los cuarenta y dos años de edad fué a Roma la esposa de Jesucristo, y por mandato de Dios permaneció allí quince años antes que viniera el Papa, el cual fué Urbano V, y el emperador Carlos Boamo, a quienes presentó las revelaciones para la forma de costumbres y la regla de la Orden que iba a fundar.
En aquellos quince años que la Santa permaneció en Roma, antes de la llegada del Pontífice y del emperador, tuvo muchas revelaciones, en las cuales nuestro Señor Jesucristo denunciaba los excesos y pecados de los moradores de Roma, amenazándolos con graves castigos. Y como llegasen a noticia de los que habitaban en esta ciudad las referidas revelaciones y amenazas, dieron pábulo a un terrible odio contra santa Brígida. Amenazábanla unos con quemarla viva, y otros la injuriaban apellidándola impostora y pitonisa.
Sufría con resignación la Santa las amenazas y oprobios de ellos, pero temía que escandalizados con tales tribulaciones y oprobios decayesen de ánimo los de su casa y otros parientes y amigos suyos que estaban con ella en Roma; y resolvió marcharse de allí por algún tiempo para mitigar el furor de los mal intencionados, mas no se atrevía a ir a parte ninguna sin especial mandato de Jesucristo, porque durante los veintiocho años transcurridos desde que salió de su patria, jamás fué sin orden de Jesucristo a ciudad alguna o provincias u otros lugares donde yacieran los santos.
Por lo cual como la Santa pidiese en sus oraciones una respuesta sobre este punto, le dijo Jesucristo: Tú deseas saber mi voluntad sobre si debas permanecer en Roma, donde muchos envidiosos atentan contra tu vida, o si debes ceder y dar tregua a la malicia de ellos. A lo cual te respondo, que cuando me tienes a Mí, a nadie debes temer: yo contendré su malicia con el brazo de mi poder, para que no puedan dañarte; y aunque por permisión mía mis enemigos me crucificaron, a ti de ninguna manera conseguirán darte muerte o hacerte daño.
Apareciósele también entonces a la Santa la gloriosa Virgen María, y le dijo: Mi Hijo, que es poderoso sobre todos los hombres, sobre los demonios y sobre todas las criaturas, reprime invisiblemente cualquier conato de la malicia de tus enemigos; y yo seré el escudo de tu protección y de los tuyos contra todas las acometidas de tus adversarios espirituales y corporales. Quiero, pues, que todas las vísperas os reunáis tú y tu familia para cantar el himno Ave Maris Stella, y yo os auxiliaré en todas vuestras necesidades.
Por esta razón D. Pedro Olavo, confesor que fué de santa Brígida por espacio de veintinueve años, y la hija de la misma, doña Catalina, de santa memoria, dispusieron que en la orden se cantara diariamente ese himno, y afirmaron que santa Brígida había ordenado que así se hiciera por mandato de la misma gloriosa Virgen, porque esta Señora había prometido que quería proteger con especial gracia y favorecer con las bendiciones de dulzura del Espíritu esa orden que su hijo le había dedicado.
Dícele Dios a santa Brígida por qué se vale de ella para manifestar a los hombres su voluntad.
Capítulo 2
Manifestarte quiero, le dice el Señor a la Santa, la regla que se ha de guardar en el monasterio de mi Madre. Pues también los solitarios y los santos padres recibieron de mi Espíritu inspiraciones; por consiguiente, todo lo que oyeres en mi Espíritu, dilo a quien lo haya de escribir y guárdate de agregar a mis palabras una sola que sea de tu espíritu.
Pero podrás admirarte por qué yo, Creador de todas las cosas, no habló a los sabios, o en tal lengua que todos la puedan entender y saber. A lo cual te respondo, que tuve muchos profetas que sólo por medio de intérprete y de escribiente pudieron revelar las palabras de mi Espíritu, y no obstante, llegaron a la luz y al conocimiento; porque cuando se confía el don de Dios, es mucho más glorificado el Señor. Igualmente acaece contigo; pues tengo amigos por los cuales manifiesto mi voluntad; pero a ti como a instrumento nuevo quiero manifestarte cosas nuevas y antiguas, a fin de que se humillen los soberbios y sean glorificados los humildes.
Cómo se comunicó a santa Brígida el Espíritu del Señor.
Capítulo 3
Como algunos años después del fallecimiento de su esposo se hallase inquieta santa Brígida acerca de su estado, rodeóla el Espíritu del Señor inflamándola, y arrebatada en espíritu vió una reluciente nube, de la cual salió una voz que le decía: Yo soy tu Dios que quiero hablar contigo. Atemorizada, porque no fuese aquello ilusión del enemigo, oyó por segunda vez: No temas, yo soy el Creador de todas las cosas y no engañador.
Has de saber que no hablo por ti sola, sino por la salud de todos los cristianos. Oye, pues, lo que te digo: Tú serás mi esposa, y oirás mi voz, y verás las cosas espirituales y secretas del cielo, y mi Espíritu permanecerá contigo hasta tu muerte. Cree, por tanto, firmemente que yo soy el que nací de la Virgen pura , padecí y morí por la salvación de todas las almas, resucité de entre los muertos y subí al cielo, y ahora hablo contigo con mi Espíritu.
Jesucristo manda al prior del monasterio de Alvastro que escriba las revelaciones de la Santa, y cómo el Señor castigó su resistencia.
Capítulo 4
Hallábase en oración santa Brígida, cuando se le apareció Jesucristo y le dijo: Di de mi parte al P. Pedro, subprior, que yo soy como el señor cuyos hijos estaban cautivos en estrecho cepa, el cual envió sus mensajeros para libertar a sus hijos, y advertir a los demás a fin de que no cayeran en manos de los enemigos, a quienes juzgaban amigos. Del mismo modo yo, Dios, tengo mucho hijos, esto es, muchos cristianos, los cuales están sujetos con los pesadísimos lazos del demonio. Así, pues, por mi amor les envío las palabras de mis labios, que hablo por medio de una mujer. Oyelas tú, P. Pedro, y escribe en lengua latina lo que esa te dice de mi parte, y por cada letra te daré no oro o plata, sino un tesoro que no se envejece.
Al punto santa Brígida notificó de parte de Jesucristo esta revelación al mismo prior, el cual entonces era subprior. Mas queriendo éste deliberar acerca del asunto, estaba por la tarde en la iglesia luchando consigo con tales pensamientos, y como por último, por humildad determinase no aceptar ese cargo, ni escribir las mencionadas revelaciones divinas juzgándose indigno para ello y dudando si sería o no ilusión del demonio, recibió tal golpe que al punto quedó como muerto, privado de sentidos y de fuerzas corporales, mas conservó todo su entendimiento y quedó sano en su alma.
Encontráronlo allí los monjes tendido por el suelo, lleváronlo a su celda y lo pusieron en la cama, donde siguió medio muerto por un largo espacio de la noche. Finalmente, por providencia divina ocurriósele esta idea: Quizá estoy padeciendo todo esto, porque no quise obedecer la revelación y santo mandamiento que la madre Brígida me comunicó de parte de Jesucristo. Y decía en su corazón: Señor Dios mío, si es por esto, perdonadme, porque estoy dispuesto y quiero obedecer y escribir todas las palabras que de parte vuestra esa mujer me dijere. En aquel mismo instante consintiendo en su corazón, quedó curado repentinamento y corriendo fué a santa Brígida y se ofreció a escribir todas las revelaciones según la Santa se lo había dicho de parte de Jesucristo.
Refirió también el Prior, que después oyó a santa Brígida, que en otra revelación Jesucristo le había dicho a ella lo siguiente: Lo golpeé, porque no quierá obedecer, y después lo curé, porque yo soy médico que sané a Tobías y al rey de Israel. Dile, pues: Anda, hojea y revuelve la obra de los escritos de mis palabras, y escribe, que te daré por ayuda a un maestro en mi ley; y has de saber por muy cierto, que quiero hacer esta obra por medio de mis palabras que tú escribes por boca de esa mujer, con lo que se humillarán los poderosos y enmudecerán los sabios. Y no creas que proceden del espíritu maligno esas palabras que esta mujer te habla, porque lo que te digo lo probaré con obras.
En seguida comenzó el Prior a escribir y traducir todas las revelaciones y visiones divinas comunicadas a santa Brígida, según ésta se las decía, aunque algunas también escribió el P. Pedro su compañero y confesor, juntamente con el mencionado Prior, cuando éste no estaba con la Santa. Y dijo el Prior, que después la acompañaba él por mandato de Jesucristo, y fué su confesor, y estuvo escribiendo estas revelaciones por espacio de treinta años hasta el fallecimiento de santa Brígida. Y antes de morir la Santa, le mandó Jesucristo que las entregase a D. Alfonso, ermitaño español, que había sido obispo Giennense, y de este modo se escribieron estos libros de las celestiales revelaciones.
Prosigue la revelación anterior con los trámites por donde Jesucristo se manifestó a santa Brígida en esta revelaciones.
Capítulo 5
Yo soy como el escultor, le dice el Hijo de Dios a su esposa, que corta un madero, lo lleva a su casa, hace de él una hermosa imágen, y la adorna con dibujos y colores: y viendo sus amigos que aún todavía puede adornarse con más hermosos colores, la pintan con los colores que ellos tienen. Asimismo yo, Dios, corté de la selva de mi divinidad mis palabras, y las puse en tu corazón; pero mis amigos las dispusieron en libros, según la gracia que a ellos se les ha concedido; les dieron colores y las adornaron.
Mas ahora, a fin de que se acomoden a muchos idiomas, entrega todos los libros de las revelaciones de mis palabras a mi obispo ermitaño, el cual los arregle y declare, y mantenga el sentido católico de mi espíritu; pues a veces mi espíritu deja entregados a sí mismos a mis escogidos, para que a la manera de una balanza examinen y discutan en su corazón mis palabras, y después de mucho pensar y meditar sobre ellas las expliquen más claramente y hagan resaltar lo mejor.
Pues así como tu corazón no siempre está capaz y fervoroso para expresar y escribir lo que sientes, sino que ya lo vuelves y revuelves en tu mente, ya lo escribes y vuelves a escribir, hasta que llegas al propio sentido de las palabras; del mismo modo mi Espíritu Santo subía y bajaba con mis doctores, porque ya ponían cosas que después quitaron, ya eran juzgados y reprendidos por algunos, y no obstante, después vinieron otros que discutieron más sutilmente, y explicaron sus palabras con mayor claridad. Pero en cuanto a mis evangelistas, tuvieron de mi espíritu por medio de la inspiración las palabras que hablaban y que después escribieron. Di también al mismo ermitaño, que haga y desempeñe el oficio de evangelista.
Elogios de Jesucristo a la Virgen María, y misericordia de ambos.
Capítulo 6
Bendito seas tú, amadísimo Hijo mío, dijo la Virgen, que eres sin principio y sin fin, porque en ti hay tres cosas: poder, sabiduría y virtud. Manifestaste tu poder en la creación del mundo, el cual lo creaste de la nada; mostraste tu sabiduría en la ordenación del mundo, cuando todas las cosas en el cielo, en la tierra y en el mar las dispusiste sabia y equitativamente; y manifestaste en especial tu virtud, cuando fuiste enviado por el que te llevó a mi seno virginal.
A la par de esas tres dotes tienes otras dos: la misericordia y la justicia. Manifestaste también toda sabiduría, cuando lo dispusiste todo con misericordia, cuando luchaste con el fuerte y lo venciste con sabiduría; y manifestaste asimismo tu virtud con toda misericordia y sabiduría, cuando quisiste nacer de mí, y redimir al que por sí podia caer, y sin ti no podía levantarse.
Bendita seas tú, respondió el Hijo, Madre del Rey de la gloria y Señora de los ángeles. Tus palabras son dulces y llenas de verdad. Bien has dicho, que todo lo hago con justicia y misericordia. Vióse esto al principio de la creación del mundo en los ángeles, quienes en el instante de ser creados, vieron en su conciencia cómo soy yo, aunque todavía no lo gustaron. Por esta razón varios de ellos, valiéndose bien de la libertad de su voluntad, determinaron en su conciencia permanecer por amor firmemente adheridos a mi voluntad; pero ensoberbecidos otros, volvieron su voluntad contra mí y contra la razón; y por tanto fué justicia, que cayeran los soberbios, y que los justos gustaran mi dulzura y se afirmaran con más solidez.
Para manifestar después mi misericordia y para que no quedase vacío el puesto de los caídos, hice por mi amor en la tierra al hombre, el que abusando igualmente de su propia libertad, perdió el primer bien, y fué espelido de la dulzura, aunque por misericordia no quedó del todo abandonado, y su pena fué, que así como por el libre albedrío se había apartado de la primera ley, del mismo modo debía volver por la libre voluntad, y por medio de quien no tuviese pecado alguno sino suma pureza. Mas no se encontraba nadie que bastase para pagar su propia pena, y mucho menos la de los demás, y a causa de la primera desobediencia nadie podía nacer limpio de pecado.
No obstante, por su misericordia envió Dios al linaje humano un alma creada por la divinidad, que fué la tuya, Madre mía, a fin de que esperase y permaneciese firme, hasta que llegara el excelente y purísimo, quien con su libertad sería suficiente para levantar al caído, a fin de que el demonio no se alegrara por siempre de su caída. Por lo que al llegar el tiempo aceptable y eternamente previsto, fué beneplácito de Dios Padre enviarme a mí, su Hijo, a tu bendito vientre, y que tomara yo carne y sangre de ti por dos motivos.
Primero, para que el hombre no sirviera a nadie sino a su Dios, Creador y Redentor suyo; y segundo, para manifestar yo el amor que he tenido al hombre, y al mismo tiempo mi justicia, de modo que cuando moría por amor, yo, que en nada he pecado, justo fué que salvara al que justamente estaba cautivo.
Así, pues, bien dijiste, amadísima Madre, que todo lo hice con justicia y misericordia. Bendita seas, porque fuiste tan dulce, que fué del agrado de la divinidad venir a ti y nunca separarte de ti. También fuiste pura al modo de una casa muy limpia, perfumada con los olores de las virtudes, y ataviada con toda hermsoura. Tú fuiste tan brillante como la estrella es refulgente y clara, la cual, sin embargo de ser ardiente, no se consume: igualmente, tú ardiste más que los demás en tu amor a mí, el cual nunca se consumía. Con razón dicen que estás llena de amor y de misericordia, porque por medio de ti floreció el amor de todos, y por mí hallan todos misericordia, porque en ti encerraste la fuente de la misericordia, de cuya abundancia aun el peor enemigo tuyo, el cual es el demonio, darías misericordia, si con humildad la pidiera. Por tanto, se te concederá todo lo que pidas.
Y respondió la Madre: Hijo mío, desde la eternidad conoces mi petición; y así, para que esta esposa tuya entienda las cosas espirituales, te ruego, que las palabras que te has dignado manifestar, se arraiguen en los corazones de tus amigos y se cumplan en un todo. Y dijo el Hijo: Bendita seas por todo el ejército celestial. Tú eres como la aurora, que se levanta con amor de toda virtud. Eres como el astro que va delante del sol, porque con tu piedad precedes mi justicia. Tú eres la sabia mediadora que hace las paces entre los disidentes, esto es, entre Dios y el hombre. Por tanto, será oída tu petición, y mis palabras se cumplirán según quieres.
Y puesto que todo lo ves y sabes en mí, manifiesta a tu hija mi esposa, cómo estas palabras habrán de cundir por el mundo, y cómo hayan de publicarse con justicia y misericordia. Yo soy como aquella ave que nada desea comer sino el corazón fresco de las aves, y nada quiere beber sino la sangre pura del corazón de las aves: la cual ave tiene una vista tan perspicaz, que en el vuelo de las aves conoce si tienen el corazón fresco o corrompido, y así no admite aves sino de corazón fresco. Yo soy esa ave, yo no deseo sino el corazón fresco, esto es, el alma del hombre fresca y pura con buenas obras y afectos divinos, y deseo beber la sangre de este amor. Esta es mi comida, el ardiente amor a Dios, y el alma purificada de los vicios.
Y puesto que soy justo y caritativo, y no quiero a ninguno sino a los que sean ardientes en amor, mis palabras deben entrar en el mundo con justicia y con misericordia. Con justicia, para que no me sirva el hombre por temor de mis palabras, ni por cierta dulzura carnal sea movido a servirme, sino por amor de Dios, el cual proviene de la íntima consideración de mis obras, y de la memoria de los pecados; y quien frecuentemente piensa estas dos cosas, encuentra amor, y me encontrará a mí, que soy digno de todo bien. Mis palabras deben también entrar con misericordia, para que considere el hombre que estoy dispuesto a tener de él misericordia, y para que el hombre entienda a su Dios a quien había abandonado, y el cual hace mejores a los pecadores arrepentidos.
Quéjase el Salvador de las maldades del mundo, y describe los inmensos dolores de su divina Pasión. Tres clases de poseídos por el demonio.
Capítulo 7
Yo soy, dice Jesucristo a santa Brígida, el que fuí enviado a las entrañas de la Virgen por aquel que me enviaba, tomé carne y nací. Y ¿para qué? Ciertamente para manifestar la fe con palabras y hechos; por esto morí, para abrir el cielo, y por esto después de sepultado resucité, y he de venir a juzgar. Ahora que están reunidos los obispos, dile al arzobispo: Te admiras de las palabras que hablo. Alza los ojos y mira. Pon los oídos y oye. Abre tu boca y pregunta cómo es que soy abandonado de todos. Levanta tus ojos y mira cómo he sido expulsado por todos, mira que nadie me desea tener en su amor.
Aplica tus oídos y oye, que desde el nacimiento del sol hasta su ocaso, el corazón de los hombres es ambicioso y cruel para derramar por codicia la sangre de su prójimo. Oye que por soberbia todos adornan sus cuerpos. Oye que el deleite de los hombres es irracional como el de los animales. Abre tu boca, e indaga dónde están los defensores de la fe, dónde se encuentran los que han de acatar a los enemigos de Dios, dónde los que por su Señor arriesguen su vida. Indaga esto con cuidado, y hallarás muy pocos amigos míos. Piensa todo esto, y conocerás que no hablo sin motivo. He ahí lo que me pagan por mi amor.
Yo los crié y los redimí con tanta equidad y justicia como, si hablando por medio de un símil, se hubiera colocado delante de mí una balanza, en la que para buscar que estuviera en fiel, fuera necesario poner un peso y yo no pusiera otra cosa más que mi propio corazón. Yo nací y fuí circuncidado. Tuve muchos trabajos y tribulaciones; oí palabras injuriosas y oprobios; fuí preso y azotado, atado con cuerdas, y como puesto en una prensa; estirábanse mis nervios, rompíanse mis venas y dislocábanse mis coyunturas. Mi cerebro y toda mi cabeza estaba traspasada con agudas espinas.
La sangre corría coagulada y cubría todo mi rostro y barba. Llenas de sangre estaban también la boca y la lengua, y las encías estaban hinchadas con los golpes. Extendido después en la cruz, mi cuello no tuvo otro reclinatorio que mis hombros; mis brazon fueron estirados con cuerdas hasta los agujeros de la cruz; mis pies, doblados hacia abajo y traspasados con dos clavos, no tenían otro apoyo sino los mismos clavos; mis entrañas estaban secas y contraídas; mi corazón lleno de dolor, el cual, por ser de muy buena y robusta naturaleza, podía resistir el que subiese unas veces desde los nervios al corazón, y otras desde el corazón a los nervios, y aumentándose así este dolor, se prolongaba la muerte.
Como me hallase de este modo lleno de dolores, abrí los ojos y vi a mi Madre que estaba llorando, cuyo corazón se hallaba lleno de amargura, con todos sus miembros yertos y pálidos, y sus ayes y gemidos me atormentaban más que mi propio dolor. Vi también a mis amigos estar en suma ansiedad, y algunos casi dudaban, pero otros conservaban, aunque muy trastornados. Hallándome yo en tan cruel agonía y continuando en tan graves amarguras, rompióse al fin mi corazón con la violencia de la pasión, y salió mi alma, al salir la cual alzóse un poco la cabeza, estremeciéronse todos los miembros, abriéronse los ojos como a la mitad, y apoyándose en los pies todo el peso del cuerpo, quedé colgando como un lienzo hecho jirones. Esto padecí yo, tu Creador, y nadie hay que lo considere, y de ello me quejo delante de ti, para que pienses lo que yo hice, y cómo se me paga.
Te ruego, en segundo lugar, que trabajes conmigo. Todo el que deseare hacer alguna obra, debe tener tres cosas: primera, la materia de que se haga la obra; segunda, los instrumentos con que haya de hacerse; y tercera, una esmerada premeditación para que se haga bien. Yo mismo soy la materia y la sabiduría misma, la cual y de la cual dimana toda sabiduría, puesto que he enviado mis palabras al mundo. Los instrumentos son mis amigos.
Recoge, pues, mis palabras, y mira si están frescas y no corrompidas, si indican y tienen el sabor de la fe sana y recta; mira si son dignas y adecuadas para mi tesoro; considera si encaminan del amor del mundo al amor de Dios, de la senda del infierno a la altura del cielo, y si así las hallares, procura mi honra con mis amigos, como con buenos instrumentos; procúrala con prudencia como el hombre sabio; trabaja varonilmente, como el varon fuerte, trabaja con fervor, como amigo del Señor.
Te mando, en tercer lugar, como Señor, para que acabes lo que has comenzado. Tú fuiste por mi camino, echaste tu arado en una pequeña porción de tierra y principiaste a arar. Mas ahora te mando que vuelvas con mayor frecuencia, que estirpes las raíces y espinas, y edifiques allí iglesias con los bienes de tu iglesia, pues entrego en tus manos esa parte de la tierra, y esa reclamo de ti. Por tanto, trabaja con fervor y asuduidad.
Refiriéndome ahora a los posesos, digo que se admiran algunos de que el espíritu no se aparte del poseído, y en esto pueden considerar mi grandísima justicia, pues yo no le hago mayor injuria al demonio que al ángel en el cielo. Y pues es justicia que como una cosa viene, así se retire; y pues el espíritu llega alguna vez desde lejos, así también se retirará lentamente.
Tres clases de demonios hay. Una es como el aire, que con facilidad se escurre, y obscurece la conciencia del hombre para que hable y haga cosas impúdicas: esta clase de espíritus malos viene fácilmente, y sale lo mismo.
La segunda clase es como el fuego, que con la impaciencia aflige todo el cuerpo y la carne, y hace al hombre la vida tan amarga, que desearía morir más que vivir, y por impaciencia es impelido a todo lo que le sugiere aquel espíritu impuro: esta clase tan fácilmente como viene, sale, pero quedando la dolencia en el cuerpo.
La tercera clase de demonios es como el humo, y al modo que el humo dondequiera que entra, lo mancha todo y se mezcla con todas las cosas, así también esta clase de demonios se mezcla totalmente con el alma y cuerpo del hombre. Por tanto, como el humo cuando encuentra un agujero va saliendo poco a poco y desde lejos, de la misma manera este espíritu, que con las oraciones principió a salir, se irá poco a poco, hasta que el poseído se haya purificado por completo. Y cuando se hubieren derramado tantas lágrimas como son necesarias, y se hubieren hecho todas las abstinencias debidas, entonces saldrá del todo el mal espíritu, y el hombre se verá purificado; porque así como ese espíritu llegó paulatinamente y desde lejos, del mismo modo es justicia que se retire.
Se acusa santa Brígida delante de la Virgen María de las distracciones de su mente, y cómo la Señora la consuela.
Capítulo 8
Bendita seáis vos, Reina del cielo, le dice la Santa a la Virgen, que no despreciáis a ningún pecador, cuando de todo corazón os invoca. Dignaos oirme, aunque soy indigna de abrir mis labios para suplicaros. Sé, pues, que sin estar robustecida con vuestra ayuda, no puedo gobernarme a mí misma, porque mi cuerpo es como el animal indómito, que si no tiene puesto el freno en la boca, va corriendo a todos los parajes adonde acostumbra tener sus deleites. Mi voluntad es ligera como el ave, y continuamente quiere seguir sus frívolos pensamientos y cruzar por todas partes como las aves que vuelan. Os pido, pues, que se le ponga un freno a mi cuerpo, antes que quiera correa hacia alguna parte adonde desagradare a vuestro Hijo, y llevadlo donde pueda cumplir su voluntad. Ponedle también un cordel a esa ave, que es mi voluntad, para que no vuele más lejos de lo que sea del agrado de vuestro amadísimo Hijo.
Y respondió la Virgen: La oración hecha con devoto corazón para honra de Dios, merece ser oída para concederle la gracia que pide. Y por tanto, a fin de que se ponga un freno a tu cuerpo para que sea regido según la voluntad de Dios, conviene que se te ponga también una carga, que hayas de llevar para honra de quien te gobierna, a fin de que tu voluntad sea tal, que más bien quieras callar que hablar con la gente del mundo, y te sea más grato sufrir en tu casa la pobreza, que disfrutar de todas las riquezas en los palacios de los príncipes, cuya amistad no estimas, con tal que pueda merecer la amistad de Dios. Así, pues te ponga la carga de que digas palabras que agraden a Dios.
Simbólica visión de la Santa, en la que se le muestra la envidia de nuestro enemigo.
Capítulo 9
Como en cierto tiempo estuviese orando santa Brígida, vió delante de sí en visión espiritual un escaso fuego y una ollita puesta sobre éste, y en ella una comida apetitosa. Vió también a un mancebo vestido de muy reluciente púrpura de oro, el cual, dobladas las rodillas estaba alrededor de la olla, unas veces soplando el fuego, otras moviendo la leña, y así la estaba cuidando, hasta que por último, dijo a la Santa que lo estaba mirando: Tú que estás viendo todo esto, ¿has visto jamás una persona tan humilde como soy yo?
Yo, como ves, ataviado con vestiduras de oro, hago tamaños servicios a esta olla; dobladas las rodillas doy vuelta alrededor de ella, inclino la cabeza hasta la tierra soplando el fuego, arreglo y amontono la leña, a veces también la desvío sin escusarme molestia alguna; por tanto, reconóceme por muy humilde. Pero me importa manifestarte lo que esto significa. Por esa olla entiendo tu corazón; por la comida que en ella está, entiendo esas dulcísimas palabras que Dios te da desde lo alto; por el fuego, el fervor de amor divino que tienes de Dios.
Yo soy el demonio, envidioso de tu consuelo, que me muestro tan humilde servidor, soplando no tanto para que arda más el fuego, como para que las cenizas, que son los afectos de las cosas de la tierra, suban a la olla, esto es, a tu corazón, a fin de que esa sabrosa comida, que son las palabras del Espíritu Santo que se te han inspirado, se hagan insípidas. Revuelvo las teas y la leña, para que la olla, que es tu corazón, se incline a la tierra, esto es, a personas conocidas de la tierra o parientes, a fin de que de este modo sea Dios menos amado.
Revela Dios a un santo monje la santitud y virtud insigne de santa Brígida.
Capítulo 10
Un monje de santa vida del mismo monasterio de Alvastro refirió con lágrimas y juramento al prior el P. Pedro, que cuando santa Brígida fué allí para residir en el mismo monasterio, se admiró el monje en su corazón, y por celo de la regla y de la santidad dijo interiormente: ¿Por qué esta señora habita aquí en el monasterio de los monjes contra nuestra regla e introduciendo una nueva costumbre? Arrebatado entonces en oración el mismo religioso, oyó en un arrobamiento mental una voz que le decía: Esa mujer es amiga de Dios, y viene al monasterio para coger flores debajo de este monte, con las cuales recibirán medicinas todas las gentes allende el mar y de los confines del mundo.
Este religioso llamábase Gerequino, y fué de tan gran santidad de vida, que por espacio de cuarenta años jamás salió fuera del monasterio, sino que de día y noche estaba dedicado a la oración. Alcanzó de Dios la singular gracia de que casi continuamente veía en la oración a los nueve coros de la jerarquía angélica, y al alzar la hostia consagrada veía a Jesucristo en forma de un niño.
ADICIÓN.
Este mismo P. Gerequino vió en cierta ocasión en el referido monasterio de Alvastro a santa Brígida elevada en el aire, y saliendo de su boca un caudaloso río, y entonces puesto en oración oyó en espíritu que le decían: Esta es la mujer, que saliendo de los confines de la tierra, suministrará la sabiduría a innumerables gentes, y te servirá de señal que ella por boca de Dios te ha de decir el fin de tu vida, y te alegrarás con sus palabras y venida, y se llevará a cabo más pronto tu deseo, para que no veas las calamidades que Dios ha de enviar sobre esta casa.
Refiérese acerca de este mismo religioso, que como una vez le mandara el abad que ayudase a los que estaban en la panadería, él, que no entendía el oficio de panadero, miró con reverencia según tenía costumbre una imagen de la Virgen María que estaba pintada en la pared, y le habló así: Amadísima Señora, el P. Abad me manda trabajar con los panaderos, y vos sabéis que no entiendo este oficio, mas no obstante, haré lo que queráis. Y le respondió la imagen: Haz lo que hasta ahora has hecho, y yo serviré por ti en la panadería. Y así sucedió, creyendo los que en la panadería estaban, que el P. Gerequino trabajaba con ellos personalmente, mientras este había estado muy despacio orando en la iglesia.
El ángel custodio enseña a santa Brígida cómo ha de vencer las tentaciones de la gula.
Capítulo 11
En cierta ocasión en que santa Brígida se hallaba en el monasterio de Alvastro, fué tentada por el espíritu de gula de tal suerte, que de hambre apenas podía pensar en otra cosa; y como se pusiese a orar, se le aparecieron en espíritu dos personas, que eran un etíope con un pedazo de pan en la mano, y un hermosísimo joven, que llevaba un vaso dorado. Y entonces dijo el joven al etíope: ¿Por qué andas buscando a la que está encargada a mi custodia? Y respondió el etíope: Porque se vanagloria de la abstinencia que no ha tenido; porque no cesa de llenar su vientre, hasta que se llene con el estiercol de manjares delicados; y por eso le doy mi pedazo de pan, para que se le endulcen las cosas más toscas. Dijo el joven: Bien sabes que no tiene naturaleza inmaterial como nosotros, sino un saco de tierra, y siendo tierra frágil e inquieta, necesita continuo restablecimiento.
Y respondió el etíope: Vuestro Jesucristo ayunó cierto tiempo sin comer y bebiendo poca agua, por lo que mereció sublimes dones. ¿Qué alcanzará ésta que siempre se halla harta? Y le dijo el ángel: Por ventura, ¿no es tuyo Jesucristo igualmente que nuestro? De ninguna manera, contestó el etíope, porque nunca quiero humillarme a él, sino que haré todo lo contrario, pues no he de volver a su gloria. Y dijo el joven: Jesucristo enseñó a ayunar de suerte que no se debilite el cuerpo más de lo justo, sino que se humille, para que no se subleve contra el alma.
Ni nuestro Jesucristo manda lo que es imposible a la naturaleza, sino la moderación; ni indaga qué y cuánto es lo que cada cual toma, sino con qué intención y amor de Dios. A lo que respondió el etíope: Justo es que esta mujer sienta en su vejez lo que no experimentaba en su juventud. Y dijo el joven: Loable es en los jóvenes abstenerse del pecado, y no aparta del cielo la púrpura y la carne delicada tenida con amor de Dios; porque a veces debe guardarse con acción de gracias la costumbre moderada y prudente, a fin de que la carne no se debilite en demasía.
En aquella misma hora apareció después a santa Brígida la Virgen María, que llevaba puesta una corona, y le dijo al etíope: Enmudece, traficante envidioso, porque esta me ha sido encomendada a mí. Y respondió el etíope: Si otra cosa no pudiere yo hacer, por lo menos le echaré espinas en la orla de sus vestidos. Yo la ayudaré, dijo la Virgen, y siempre que las echares, se te arrojarán a la cara, y se duplicará su corona.
Instruye la Virgen María a santa Brígida acerca de tres condiciones que hacen meritorio el ayuno.
Capítulo 12
Todo cuanto hagas, dice la Virgen a la Santa, debes hacerlo con obediencia y discreción; porque más grato es a mi Hijo el que se coma, que ayunar contra la obediencia. Por consiguiente, debes observar en el ayuno tres requisitos. Primero, no ayunes en vano, como los que ayunan con intención de ser semejantes e iguales a otros en los ayunos y mortificaciones; lo cual es falta de razón, porque el ayuno debe adaptarse a la robustez del cuerpo y según pueda sobrellevarlo la naturaleza, para reprimir los deseos de los movimientos ilícitos.
Segundo, no ayunes imprudentemente, como aquellos que cuando están enfermos quieren hacer contra la fuerza de la naturaleza lo mismo que cuando están sanos: éstos desconfían de la misericordia de mi Hijo, como si este no quisiera recibir de ello la enfermedad de ellos como obra hecha con buena voluntad. Ayuna, pues, hija con prudencia, y siempre que llegare la enfermedad, sé algo más benigna con tu cuerpo, compadeciéndote de él como de una bestiezuela irracional, a fin de que no sucumba con el trabajo.
Tercero, guárdate de ayunar sin fundamento, como los que ayunan más bien con la intención de alcanzar mayor recompensa y honra que los otros. Estos son como los que ellos mismos se señalan la paga de su trabajo.
Por lo demás, ayuna, hija mía, para agradar a mi Hijo, y según pueda sobrellevarlo tu naturaleza: calcula tus fuerzas, confiando siempre en la misericordia de mi Hijo; créete indigna para todo, y no pienses que ninguna penitencia tuya sea condigna para perdonarte tus pecados, ni mucho menos para la recompensa perpetua, sino que debes atribuirlo a la gran misericordia de mi divino Hijo.
La mortificación debe someterse a la obediencia.
Capítulo 13
Acostumbrada santa Brígida a no beber en los intermedios de las comidas, y acaecióle un día, que apenas podía hablar; lo cual viéndolo su padre espiritual el maestro Matías, le mandó que bebiese; y aunque a la Santa le pareció grave variar toda la anterior costumbre, bebió sin embargo. Entonces oyó en espíritu una voz que le dijo: ¿Por qué temes variar tu vida? ¿ Necesito acaso tus bienes, o por tus méritos has de entrar en el cielo? Obedece a tu maestro, que ya ha experimentado el conflicto de ambos espíritus, el de la verdad y el de la ilusión; pues aunque diez veces comieras y bebieras al día por obediencia, no se te contaría por pecado.
Cómo santa Brígida se dió enteramente a Dios, y cuánta es la malicia de nuestro común enemigo.
Capítulo 14
Veía santa Brígida varios ángeles, entre los cuales había uno malo, el cual dijo a la esposa de Jesucristo: Otra disposición que antes tiene ahora tu alma, y ya se aparta de ti tu nodriza, que es la soberbia, la cual soy yo, que soy el ángel malo. ¿Por qué no hablas y me favoreces como antes? Y respondió con su espíritu la Santa: No te amo, porque no amas a Dios, y aunque recrearas mi mente con toda la suavidad posible y vistieras de oro mi cuerpo, no te amaría, porque desprecias a mi Dios; y más bien seguiría a Él en las penas, que a ti en toda dulzura, y porque aborreces a Dios, todo lo tuyo me es odioso.
Pero si quisieras volver tu alma a Dios, yo también me plegaría y haría tu voluntad. Y respondió el demonio: En verdad, te digo, que si pudiera tomar cuerpo mortal, mejor querría padecer en él todo género de pena, y adémas las penas del infierno, antes que volver mi amor a Dios. Dijéronle entonces dos ángeles buenos: Siendo nuestro Señor tu Dios y tu Creador, ¿por qué no quieres someterte a él? Y respondió el demonio: Porque de tal suerte he fijado mi mente a mi voluntad, que no quiero variarla, tal es el odio que le tengo,
En seguida otro de aquellos buenos ángeles dijo: Señor, aunque todo lo sabéis, sin embargo, porque así os place y por causa de vuestra esposa os presento estas palabras. Habéis dicho antes acerca de vuestra nueva esposa: Cuando yo me vuelvo al austro, ella se vuelve all occidente. Mas ahora podéis decir, que a cualquiera lado que os volváis, vuestra esposa, os sigue según puede. Y respondió el Señor: Conviene que la esposa obedezca y se humille a su Dios.
Cuánto santa Brígida amaba a la Virgen María, y cómo esta Señora correspondía a su amor.
Capítulo 15
Bendita seáis vos, dice la Santa, oh Virgen María, Madre de Dios, y bendito sea el mismo Dios vuestro Hijo Jesucristo, por todo el gozo que me ha dado, porque vos seáis su Madre. Ese mismo Señor sabe, que María hija de Joaquín, es para mí más amada, que los hijos de Ulfón y de Brígida; y que mejor querría yo, que jamás hubiera nacido Brígida hija de Birgero, que el que no hubiese sido engendrada María hija de Joaquín; y preferiría yo que Brígida estuviese en el infierno, antes que María, hija de Joaquín, no fuera Madre de Dios en el cielo.
A lo cual respondió la bienaventurada Virgen: Hija, has de saber de positivo, que esa María, hija de Joaquín, te será más útil, que tú, Brígida, hija de Birgero lo eres a ti misma. Y la misma hija de Joaquín, la cual es Madre de Dios, quiere servir de madre a los hijos de Ulfón y de Brígida. Por consiguiente, sigue constante, y obedece a Inés en sus consejos que te da en las visiones espirituales, y a tu maestro, pues los dos te informan de un mismo espíritu, y obedeciendo a uno de ellos, obedeces a ambos.
Dile también a tu maestro, que haga lo que se le ha mandado, aunque le sobrevengan tribulaciones corporales, porque las tribulaciones dirigidas contra las obras buenas, son lazos del demonio; que salte, pues, por encima de los lazos, y marche varonilmente, porque el camino que emprende el hombre para gloria de Dios con mayor tribulación, le servirá delante del Señor para mayor recompensa y corona que el que se anda con menos contrariedad, y cada paso que dé se lo tomará Dios en cuenta para su corona.
Cinco lazos que tiende el enemigo a las personas espirituales que buscan a Dios.
Capítulo 16
Bendita seáis vos, que sois Virgen y Madre, dice la Santa a la Virgen: María es vuestro nombre. Vos habéis dado a luz a Jesucristo. Y en cierta ocasión entendí espiritualmente que muchos nobles y sabios daban testimonio a otro, de que vuestro Hijo era misericordioso y lleno de piedad, y una turba de pobres clamaba desde lejos diciendo que aquel testimonio era verdadero.
Oh, mí amadísima Señora, así también me parece a mí ser en cuanto a vos, porque todos los santos, los cuales fueron igualmente nobles y sabios, dan testimonio de que en verdad sois piadosísma y misericordiosísima; y yo, que soy de esa turba de pobres y no tengo nada por mí misma, clamo diciendo que es muy cierto su testimonio. Os ruego, pues, piadosísima Señora, que os dignéis tener misericordia de mí. Me parece que estoy en gran peligro, porque se me figura hallarme en los linderos de dos casas, de las cuales una tiene mucha claridad, y la otra es muy tenebrosa, y cuando vuelvo la vista a esta casa tenebrosa, paréceme que todo cuanto vi en la casa clara, es como visto de noche en un sueño.
Y respondió la bienaventurada Virgen: Aunque todo lo sé, dime: ¿qué viste particularmente en la casa tenebrosa? Parecíame, dije, que había como una entrada para la casa tenebrosa y de ella una estrecha salida, y fuera de la salida notábase una resplandeciente claridad en la cual había muchas cosas deleitables. Desde aquella entrada había muchos caminos que se dirigían a la salida, y en cada camino había cinco hombres enemigos de todos los que fueran por los otros caminos. El primer enemigo les hablaba con palabras suaves, pero a los que le daban oídos, les introducía en el cerebro una ardiente llama.
El segundo tenía en la mano flores y otras cosas caducas que produce la tierra; mas al que volvía a ellas la vista con deseo de poseerlas, estas mismas cosas le traspasaban los ojos como afiladísima lanza. El tercer enemigo tenía un vaso llena de veneno, untado exteriormente por arriba con una poca de miel, y lo vertía en la garganta de todos los que probaban de aquel vaso.
El cuarto tenía varias y ricas joyas de oro y plata y piedras preciosas fabricadas por mano de los hombres, a las cuales el que las tocaba con ambición de poseerlas, era herido por una serpiente venenosísima. El quinto ponía un blandísimo almohadón a los pies de los pasajeros, y así que cualquiera se complacía en descansar sobre él, el enemigo quitaba el almohadón; y de esta suerte, el que se creía estar descansado, caía en lo profundo sobre durísmas peñas.
Palabras de consuelo que la Virgen María dirigió a santa Brígida en su última enfermedad.
Capítulo 17
Poco antes de la muerte de santa Brígida, se le apareció la Virgen María, y le dijo: Si está enferma la mujer que va de parto, los hijos que da a luz, suelen ser enfermizos. Pero tú darás a luz para Cristo, hijos fuertes y sanos, y amigos de Dios, y quedarás más sana de lo que nunca habías estado, y no morirás, sino que irás al paraje que te está prometido y preparando; pues san Francisco estuvo mucho tiempo enfermo, y no obstante, dió entonces fruto y cumplió la voluntad de Dios, pero después quedó sano, e hizo y hace mayores cosas que cuando enfermo.
Pero puedes preguntarme: ¿por qué se prolonga tanto tu enfermedad y se va consumiendo tu naturaleza y tu robustez? A lo cual te respondo, que mi Hijo y yo te amamos. ¿No te acuerdas de lo que mi Hijo te dijo en Jerusalén, que tus pecados te habían sido perdonados, cuando entraste en la iglesia de su Santo Sepulcro, como si entonces hubieras recibido el bautismo? Mas no te dijo, sin embargo, que no deberías padecer nada, mientras vives en el mundo, y por tanto, es voluntad de Dios, que el amor del hombre corresponda al amor de Dios; y que las culpas pasadas se laven con la pacienca y con la enfermedad.
Acuérdate también que muchas veces te he dicho que las palabras de mi Hijo y las mías pueden entenderse espiritual y corporalmente, según te dije en la ciudad de Stralsund, que si antes de concluir las palabras divinas contenidas en los libros celestiales, palabras que te ha revelado Dios, fueras llamada del mundo, entonces por tu buena voluntad serías tenida como religiosa en Ubatesten, y considerada como participante de todas las promesas que Dios te ha hecho.
La Virgen María explica a santa Brígida qué sea morir y qué vivir, según Dios.
Capítulo 18
Seis días antes del fallecimiento de santa Brígida, se le apareció la Virgen María y le dijo: ¿Qué dicen los médicos? ¿acaso que no morirás? A la verdad, hija, que ellos no consideran lo que es morir; pues muere, el que es separado de Dios, el que está endurecido en el pecado, y por medio de la confesión no arroja la inmundicia de sus culpas; muere también el que no cree en Dios, ni ama a su Creador. Pero vive y no muere el que siempre está temiendo a Dios, el que con frecuentes confesiones purga sus pecados, y desea llegar a su Dios. Y puesto que el Dios de todas las cosas habla contigo, y contra la naturaleza dispone y mantiene tu vida, por esta razón no hay que buscar la salud ni la vida en los medicamentos, ni te es ya necesario usar medicina, porque para poco tiempo se necesita poco manjar.
Elogio que la Virgen María hace de santa Catalina, hija de santa Brígida.
Capítulo 19
Oraba la esposa de Jesucristo a la santísima Virgen y le decia: Oh mi queridísima Señora, por el amor de vuestro querido Hijo, os ruego que me deis auxilio para amarlo de toda corazón; porque me siento débil para amarlo con tan ardiente amor como debería. Os ruego, pues, Madre de la misericordia, que os dignéis atar su amor a mi corazón, y atraed a vuestro Hijo a este corazón mío, apartándolo con el mayor esfuerzo de todo deleite carnal, y atraedlo con tanta más fuerza, cuanto más pesado fuere.
Y respondió la bienaventurada Virgen: Bendito sea el que tales oraciones inspira; pero aunque a ti te parezca dulce mi conversación, ve, sin embargo, y cose la túnica de tu hija, quien más goza con una túnica remendada y vieja, que con una nueva, que más quiere un vestido de lana tosco, que de seda o de otro exquisito género. Dichosa ella, que con voluntad tan grande ha dejado el mundo. Igualmente, por el mutuo consentimiento ha dejado el marido, cuyo cuerpo amó como a sí misma, y su alma más que los cuerpos de ambos: también ha dejado corporalmente a sus hermanos y hermanas, parientes y amigos, para poderlos ayudar espiritualmente, y no ha hecho caso de las riquezas del mundo. Así, pues, por haber dejado a sus parientes, se le han perdonado todos tus pecados. Permanezca constante, que por las riquezas terrenas se le dará el reino del cielo, y el mismo Jesucristo por esposo, y todos los que la aman, adelantarán para con Dios por causa de ella.
Jesucristo bendice a santa Brígida por su beneficencia y amor a los pobres.
Capítulo 20
Estaba santa Brígida cerca de Ludosia, en el reino de Suecia, cuando vino a verla uno de su familia que estaba pobre, y le rogó que se compadeciera de él, porque trataba de casar a su hija, y no podía a causa de su pobreza. Se informó la Santa acerca del dinero en efectivo que tenía su mayordomo, y le dijo: Dale a ese pobre la tercera parte de todo cuanto tienes, a fin de que consolada su hija, ruegue por nosotros. Cuando entraron en la ciudad, encontraron reunidos los pobres en la puerta del alojamiento de santa Brígida, a los cuales la santa mandó dar limosna.
Pero el mayordomo dijo que en manera alguna bastaba lo que tenía para pagar el alojamiento, a no ser que tomara de alguien dinero a préstamo, y le dijo a la Santa: ¿Cómo es que tan profusamente disipáis el dinero? ¡Gran perfección es dar el dinero a los pobres y tomarlo de otros prestado! Y le contestó santa Brígida: Demos mientras tengamos, porque el benigno Dios es generoso para darnos cuando necesitemos. Yo estoy guardada para estos pobres, porque no tienen otros consuelo, y en mis necesidades me entrego a la voluntad de Dios.
Estando después la Santa oyendo misa en la iglesia, oyó en la oración a Jesucristo que le decía: Nuestra hija es como la que con tanto afán va corriendo a su esposo, que se olvida de su padre, de su madre y de todo cuanto tiene, hasta encontrar lo que busca. ¿Qué ha de hacer el esposo? Le enviará sus criados y hará que venga en pos de ella todo lo que es de la esposa. Así también, oh hija, a causa de tu amor proveemos contigo y con los tuyos; porque así como el amor me introdujo en el seno de la Virgen, igualmente, el amor del hombre introduce a Dios en su alma.
San Juan Bautista habla a santa Brígida, elogiando la paciencia de cierto sacerdote.
Capítulo 21
Hija, no tienes de qué afligirte con la victoria de tu amigo espiritual, pues este amigo de Dios ha ganado una insigne victoria contra el enemigo del Señor. Este corría confiadamente en pos de él queriéndole hacer daño, porque debería irritarse contra los ladrones que lo despojaban; mas él saltó sobre la lanza de su enemigo rompiéndola, y con la suya lo atravesó, porque después que le había quitado todo, sin la menor vislumbre de ira, les decía: Amigos, bebed más, que todavía tengo con qué regalaros. Atravesó, en segundo lugar, a su enemigo con otra lanzada, cuando le quitaron la capa, porque sin impaciencia les daba la túnica. Y lo atrevesó, por último, con la tercera lanzada, cuando retirándose ellos y dejándolo desnudo, daba con alegría gracias a Dios por sus tribulaciones y penalidades orando con amor de Dios, y en seguida emprendió su camino, sin cuidarse de su desnudez; y por esta victoria dábase el parabién toda nuestra corte.
Graves amenazas de Jesucristo contra cierto reino y cómo deba aplacarse su ira.
Capítulo 22
Te he dicho antes, le dice el Señor a la Santa, que quiero visitar a los cortesanos de este reino con espada, con lanza y con ira; pero responden: Dios es misericordioso, no llegará la desgracia, hagamos nuestra voluntad, que nuestro tiempo es breve. Pero oye lo que ahora te digo. Quiero levantarme, y no he de perdonar ni al joven ni al viejo, ni al rico ni al pobre, ni al justo ni al injusto; sino que iré con mi arado, y arrancaré las espigas y los árboles, de suerte, que donde había mil apenas quedarán cien, y las casas estarán sin moradores; brotará también la raíz de la amargura, y caerán los poderosos; prosperarán con sus uñas las aves rapaces, y comerán lo que no les pertenece.
Sin embargo, con tres cosas puede aplacarse y ser mitigada mi justicia; porque tres son los pecados que abundan en ese reino, a saber. Soberbia, gula y codicia. Por consiguiente, si se acepta la humildad y el decoro en los vestidos, hay moderación en el deber, y se refrena la codica del mundo, entonces se mitigará mi ira.
Reprende Dios con palabras muy fuertes la vanidad y graves delitos de cierta señora principal, y la convida con su misericordia.
Capítulo 23
Oyéndolo santa Brígida, le dice Jesucristo a una señora: Tus ojos eran curiosos para ver cosas voluptuosas; tus oídos para oir tu alabanza y chocarrerías; tu boca estaba preparada para murmuraciones y necedades, y tu vientre lleno siempre de regalos, y nunca le negaste lo que quería. Ataviabas con lujosos vestidos tu cuerpo para alabanza suya, ni mía, mientras que en la puerta de tu casa estaban mis amigos miserables, hambrientos y desnudos, y daban voces, pero no los oías; deseaban entrar, y te indignabas; les echabas en cara sus miserias y te mofabas de ellos, sin tenerles ninguna compasión. Parecíate muy poco todo cuanto hacías para enaltecer tu cuerpo, y juzgabas de suma importancia lo que por mí hacías. Te acostabas y te sentabas cuando querías, sin considerar mi justicia, buscabas todo lo que era hermoso en el mundo, y no cuidaste de mí, Creador del mundo y más hermoso que todas las cosas.
Por tanto, si te aplicara yo ahora tu justa sentencia, por la soberbia de tu boca y de todos tus miembros, merecerías que todos te detestaran y te confundiesen públicamente con oprobio y vergüenza. Por tu lujuria serías digna de que se deshicieran las coyunturas de todos tus miembros, se consumiera de podredumbre tu carne, tu cútis se rompiera lleno de tumores, tus ojos saltaran, la boca quedara torcida, manos y pies se te cortasen y todos tus miembros sin cesar te los estuviesen mutilando. Por despreciar a los pobres y a mis amigos, y por tu avaricia, justo sería que te acometiera una hambre tal, que de buena gana, como si fuera un pedazo de carne, devoraras tus miembros, y comieras tu estiercol y bebieses tu podre, y sin embargo, no pudiera extinguirse tu hambre.
Por tu reposo y pereza serías digna de no tener reposo alguno, sino miseria y tristeza en todas partes. Por el favor de los hombres que buscabas más que a mí, mereces tanto desprecio de todos, que huyan de ti hasta tus hijos y más íntimos amigos, y como carne fétida y estiercol humano hiedas ante sus ojos y narices, y quisieran cien veces oir decir que habías muerto, más bien que verte viva. Porque hiciste daño a tu prójimo, y para extender tu soberbia tomaste y retuviste lo ajeno, justo sería que una espada hiciera pedazos tus miembros y huesos, y una afiladísima sierra destrozara continuamente tus carnes, porque el miserable estaba afligido, y no te compadecías de él. Por la envidia e ira de que estabas llena, justo sería que con su boca te despedazaran los demonios, y con sus dientes te moliesen como harina, de modo que desearas la muerte y no pudieras morir, sino que siempre estuvieras siendo despedazada, y siempre vivieras para padecer el mismo suplicio.
No obstante, porque soy misericordioso y no hago justicia alguna sin misericordia, ni misericordia sin justicia, estoy dispuesto a tener misericordia de todos los que se arrepientan, de modo que no deje yo por eso la justicia, sino que trueque en penas más leves el rigor de la misma justicia; pues no hago injuria a los demonios, como tampoco a los ángeles en el cielo. Así, pues, del mismo modo que con todos tus miembros has pecado, igualmente debes satisfacer con todos ellos, y por corto trabajo recibirás gran dulzura.
Tu boca, pues, debe abstenerse del mucho hablar y de toda palabra ociosa. Tus oídos han de estar cerrados para la murmuración, y tus ojos para ver cosas vanas. Tus manos han de abrirse par dar limosna a los pobres, y tus rodillas deben doblarse para lavarles los pies. Tu cuerpo ha de abstenerse de regalos, aunque se alimente de modo que pueda ser constante en mi servicio y no se ponga vicioso. En tus vestiduras no ha de haber un solo hilo por donde se trasluzca la soberbia, sino solamente para el provecho y necesidad, pero no para lo superfluo.
Hace Jesucristo magnífica relación de sus atributos y virtudes, invitando al pecador con su misericordia, y amenazándole con su eterna justicia.
Capítulo 24
Yo soy, dice Jesucristo a la santa, el Dios de todas las cosas, cuya voz oyó Moisés en la zarza, Juan en el Jordán, y Pedro en el monte. Yo clamo, oh hombre, a ti con misericordia, yo que con lágrimas clamé por ti en la cruz. Aplica tus oídos y óyeme, abre tus ojos y mírame; mírame, que yo que te hablo soy poderosísimo y fortísimo, sapientísimo y virtuosísimo, justísimo y piadosísimo, y además hermosísimo sobre todas las cosas. Mira y examina mi poder en la ley antigua, y lo encontrarás maravilloso y digno de ser tenido en la creación de todas las criaturas. Encontrarás también mi fortaleza con los reyes y príncipes rebeldes: mi sabiduría igualmente en la creación y dignidad del rostro humano, y en la sabiduria de los profetas.
Examina además mi incomparable virtud, y la encontrarás en haber dado la ley y libertad a mi pueblo. Mira mi justicia en el primer ángel y en el primer hombre, mírala en el diluvio, mírala en la destrucción de varias ciudades y pueblos. Mira también mi piedad en tolerar y sufrir a mis enemigos, mírala igualmente en las amonestaciones hechas por medio de los profetas. Mira, por último, y considera mi hermosura por la hermosura y obras de los elementos y por la glorificación de Moisés, y medita entonces cúan dignamente me eliges y debes amarme.
Mira, además, que soy el mismo que hablaba en la nueva ley, poderosísimo y pobrísimo: poderosísimo en haberme adorado los reyes y anunciado una estrella; y pobrísimo, porque estaba envuelto en unos pañales y reclinado en un pesebre. Mírame también sapientísimo y tenido por muy necio: sapientísimo, a quien no pueden responder sus adversarios; y muy necio, porque era reconvenido como mentiroso y juzgado como reo. Mírame virtuosísimo y vilísimo; virtuosísimo, en sanar los enfermos y expulsar los demonios, y vilísimo, en la flagelación de todos los miembros.
Mírame justísimo, y reputado por injustísimo: justísimo, en la institución de la verdad y de la justicia; y considerado como injustísimo, cuando fuí condenado a una infame muerte. Mírame asimismo piadosísimo, y tratado sin compasión: piadosísimo, en redimir y perdonar los pecados; y tratado con compasión, porque en la cruz tuve por compañeros unos ladrones. Mírame finalmente hermosísimo en el monte, y feísimo en la cruz, porque no tenía forma ni belleza.
Mírame y considera, que yo que por ti padecía, te estoy hablando ahora. Mírame no con los ojos de la carne, sino del corazón, mira lo que te di, lo que de ti exijo y lo que me has de dar. Te di un alma sin manchas, devuélvemela sin mancha. Padecí por ti, para que me siguieras. Te enseñé a que vivieses según mi ley, no según tu voluntad: oye todavía mi voz con la que clamé a ti en mi vida: Haced penitencia. Oye mi voz con que clamé a ti en la cruz: Tengo sed de ti.
Oye ahora en más alta voz, que si no hicieres pentiencia, te llegará el formidable ¡ay!; pero ¡qué ay! Tu carne se secará, tu alma se deshará de pavor, se consumirá toda la médula, se destruirá tu fortaleza, desaparecerá la hermosura, aborrecerás la vida y querrás huir; pero no encontrarás adónde. Acógete, pues, pronto al asilo de mi humildad, no sea que llegue ese formidable ¡ay! que amenaza, y que está amenazando, a fin de que huyas de él si de corazón creyeres; mas si no, los hechos probarán las palabras. Pero indaga de los sabios lo que yo había prometido; aunque por paciencia no lo omitiré, y espero sufridamente el fruto de esa misma paciencia.
Amenaza Jesucristo abandonar a los malos cristianos y llamar en su lugar a los gentiles.
Capítulo 25
Yo soy como el escultor, dice Jesucristo a la Santa, que de la arcilla hace una hermosa imagen, para dorarla con lucimiento. Después de algún tiempo, examinando el escultor la imagen, la vió húmeda y como desfigurada con el agua; perdida todo su hermosura, la boca había quedado como la de un perro, las orejas colgando, arrancados los ojos, y hundidas las mejillas y la frente. Entonces dijo el artista: No eres digna de que te cubra con mi oro, Y cogiéndola, la destrozó, e hizo otra digna de ser cubierta con él.
Yo soy el Divino escultor, que de tierra hice al hombre, para realzarlo con el oro de mi divinidad. Mas ahora el amor del placer y de la codicia lo han afeado de tal manera, que es indigno de mi oro; porque la boca, que fué creada para mi alabanza, no habla más que de lo que le agrada y es perjudical al prójimo; sus oídos no oyen sino cosas de la tierra; sus ojos no ven sino lo deleitable; de su frente ha desaparecido la humildad, y se halla erguida con la soberbia.
Por consiguiente, escogeré para mí los pobres, esto es, los paganos menospreciados, a quienes diré: Entrad a descansar en el brazo de mi amor. Pero a vosotros que deberiais ser míos y lo menospreciasteis, vivid ahora según vuestra voluntad, y cuando llegare mi tiempo, que es el del juicio, os diré: Se os darán tantos tormentos, cuanto fué vuestro amor en querer el placer más que a vuestro Dios. Este, pues, vino a mí como el cachorro que presenta su cabeza y cuello para que le pongan el collar, y se tiene por un siervo; por tanto se le han perdonado sus culpas.
Recomienda la Virgen María tres laudables propiedades del alma, y otras tres del cuerpo, y exhorta a un devoto sacerdote para que se emplee en la conversión de las almas.
Capítulo 26
En el ejército del Rey de los ángeles, dice la Virgen a la Santa, hay tres cosas: Primera, lo que abunda y no se disminuye: segunda, lo que es estable y no se destruye: tercera, lo que es resplandeciente y no se obscurece. Igualmente debe haber tres cosas en el cuerpo y otras tres en el alma. Primera, lo que abunda en el alma y no se disminuye, lo cual es el don del Espíritu Santo que se da a dicha alma; pues, aunque en sí y por la virtud abunda, puede disminuirse, no obstante, por el pecado: segunda, que el alma debe ser constante en las buenas obras, para no arruinarse con la mala voluntad: tercera, debe estar resplandeciente con la hermosura y provecho de las buenas obras, para no obscurecerse con el colorido del afecto perverso o de la concupiscencia.
También en el cuerpo debe haber tres cosas. Primera, el sustento; segunda, el trabajo, y tercera, la represión del placer y del consentimiento carnal. Consiste la primera, en tomar con moderación el sueño y el alimento, de modo que no sea ni más ni menos, sino lo necesario para que el cuerpo pueda estar firme en el servicio de Dios. La segunda, es la perseverancia en el trabajo con toda discreción. La tercera, es la voluntad alegre en el servicio de Dios y el reprimir el deleite ilícito, y de este modo el alma queda ilustrada.
Y puesto que mi amigo ata sus manos con voto, a fin de que su cuerpo no vaya contra su alma, yo, que soy la Reina del cielo, y muy amada y próxima a mi Hijo, le dispenso su voto, porque así es del agrado de mi Hijo. Yo soy aquella de la cual da principio a su predicación; yo con mis ruegos lo precedo delante de mi Hijo como la estrella delante del sol, y dirigiéndolo le acompaño. Le permito, pues, que mire por su cuerpo según corresponde y conviene a su naturaleza, comiendo carne en los días de carne, y pescado en los de pescado. Le doy, además, tres cosas, que son: norma en las buenas obras; sabiduría más abundante en su conciencia, y mayor fortaleza de afectos para proferir las palabras divinas. Le convierto, igualmente, en bien ese temor que tiene de excederse en comer, de modo que la comida que haya de tomar, le sirva para fortaleza corporal y espiritual, y redunde en provecho del alma.
Presentándose después el Hijo, dijo de esta manera: Está ese desempeñando el oficio de los apóstoles, y por consiguiente, le permito que tenga la comida de los apóstoles, los cuales comieron lo que les presentaban, e igualmente, en el sustento de su cuerpo se conducirá éste como un apóstol. Lo envío, pues, no a los gentiles, como a otros amigos míos, sino a los malos cristianos. Y como a la esposa que de una manera despreciativa se ha separado del consorcio de su marido, es más difícil seducirla a que viva otra vez con él, que a aquella que aún no ha experimentado las buenas cualidades de su esposo, igualmente es más difícil volver a Dios a los malos cristianos, que a los que no han gustado todavía las palabras de Dios y la dulzura de su bondad.
Por tanto, puesto que es mi amigo y lo quiero mucho, como a amigo le pongo la carga más penosa; mas sin embargo, todo cuanto emprendiere, se le hará fácil por mi gracia. Procure estar preparado en la próxima pascua para ir a trabajar en mi servicio; en una tierra fértil echará la semilla, la cual crecerá mucho y dará bastante fruto. Esta semilla son mis palabras, y la tierra fértil es la Santa Iglesia, la cual, labrada por sabios, dará mucho fruto. Vaya, pues, seguro, que yo estaré con él en su boca y en su corazón.
La gracia del Espíritu Santo no puede conciliarse con el afecto al pecado.
Capítulo 27
Costumbre es entre vosotros, dice la Virgen a la Santa, que cuando alguno viene con un saco abierto o con un vaso limpio, se le dé en él algo; pero si el que lleva el saco, no quiere abrirlo por pereza, y si el vaso estuviere sucio, y se asemejare más a una inmundicia que a un vaso limpio, y el que lo lleva no promete limpiarlo, ¿quién le había de echar allí lo más precioso que tiene, siendo indigno de ello? Igualmente acontece con las cosas espirituales; cuando la voluntad no propone dejar el pecado, entonces no es justo que se le dé la bebida del Espíritu Santo; y cuando en el corazón no hay voluntad de enmendar el pecado, entonces no debe dársele el manjar del Espíritu Santo, ya sea este hombre un rey, ya un emperador, ora sea eclesiástico, ora pobre, ora rico.
Cuánto favorece la Virgen María a los pecadores que quieren convertirse a Dios.
Capítulo 28
Parecíale a la esposa de Jesucristo, la bienaventurada Brígida, que la Virgen María, Madre de Dios, estaba junto a ella, y que a su derecha tenía la Virgen diversos instrumentos con que poder defenderse en todos los peligros, y a su izquierda había armas a propósito para castigar a los que por su mala voluntad se habían condenado a las penas. Entonces dijo la Virgen a la esposa: Según ves la diferencia que hay en estos instrumentos, cada cual necesario para su uso, de la misma manera auxiliaré, yo con mi favor a todos los que teman y amen a mi Hijo, y luchen varonilmente contras las tentaciones del demonio.
Estos se hallan como establecidos dentro de los muros de los campamentos, peleando diariamente contra las asechanzas de los espíritus malignos, y con mis armas acudo a su defensa, de modo que, cuando los enemigos intentan socavar el muro y destruirlo, pongo un apoyo; si tratan de subir por escalas, con las horcas los echo atrás, y si proyectan horadar las paredes de los muros, los reparo con la llana y cubro bien aquellos agujeros. De esta manera ayudo con armas defensivas a todos los que quieren reconciliarse con mi Hijo, y nunca más pecar a sabiendas contra él. Y a pesar de que solamente te he nombrado tres instrumentos, ayudo no obstante a mis amigos y los defiendo con innumerables armas de defensa.
Respecto a los instrumentos que aparecen a tu izquierda, quiero hablarte con especialidad de tres de ellos. El primero es la espada, la cual es más cortante que la del verdugo; el segundo es el lazo, y el tercero es la leña con que serán quemados los que, teniendo ánimo de pecar hasta el último momento antes de la muerte, se condenaron a las penas perpetuas. Porque cuando el hombre tiene propósito de ofender a Dios hasta el final de su vida, y no cesar hasta que no pueda pecar, debe ser condenado por la divina justicia a los suplicos eternos.
Y así como por los diferentes delitos se imponen a los que se les ha de quitar la vida diferentes muertes en la tierra, así también a los condenados al infierno se les imponen por sus pecados diferentes géneros de suplicios: por esta razón, cuando el hombre piensa seguir pecando mientras viva, justo es que el demonio tenga poder sobre su cuerpo y su alma; y como la carne se arranca de los huesos, así es derecho del demonio separar su cuerpo y alma con tan amarga pena, como si la carne y huesos se cortaran con un pedernal sin filo, mientras el miserable cuerpo pudiera sufrir tan terrible pena.
Ten, sin embargo, por muy cierto, que aun cuando alguno por lo enorme de sus delitos sea con justicia entregado por Dios en cuerpo y alma al demonio, nunca mientras viva y tenga conocimiento, se le quitará la gracia de la penitencia. Pero a los que no tienen penitencia, mi espada les abreviará antes de la muerte alguna pena corporal, a fin de que el demonio no tenga sobre el cuerpo mientras viviere en el mundo el pleno poderío que tiene en el infierno; pues, a la manera de aquel que para mayor pena cortara con una sierra el cuello de su enemigo, así lo hace con su espada el demonio con el alma que vive en la muerte eterna.
El lazo significa el dolor que el elma condenada tiene después de la muerte, el cual es tanto mayor en el infierno, cuanto más larga es la vida en el mundo; y querría el demonio, que el que tiene propósito de pecar mientras viva, viviera mucho tiempo, para que padeciese más después de la muerte. Y por esta razón rompe mi gracia el lazo que ves, esto es, abrevia contra la voluntad del demonio la vida de la carne miserable, para que el suplicio por la sentencia de la Justicia no resulte tan horroroso como desea el enemigo.
El demonio, pues, enciende el fuego en los corazones de sus amigos que viven en los placeres, y aunque la conciencia de estos les dice ser contra Dios, no obstante, desean tanto satisfacer sus deleites, que sin hacer caso pecan contra Dios; y por esto, es derecho del demonio encenderles y aumentarles el fuego de los suplicios en el infierno tantas veces, cuantas con su perverso deleite los llenó de él en el mundo.
Elogia el Salvador las virtudes de san Francisco de Asís, y da un testimonio de la verdad de las indulgencias de la Porciúncula.
Capítulo 29
Como estuviese santa Brígida en Asís en la iglesia de los religiosos, oyó y vió a Jesucristo que le decía: Mi amigo Francisco bajó del monte de las delicias a la cueva, donde su pan era el amor divino, su bebida las continuas lágrimas, y su lecho la meditación de mis obras y mandamientos, y aunque todo lo sé, dime: ¿qué es lo que aflige tu corazón?
Me aflijo, respondió la Santa, porque hay quienes dicen que este Santo supuso las indulgencias de la Porciúncula, y otros afirman que son nulas. Y dijo el Señor: El que finge alguna cosa, es como la caña que se inclina a los aplausos de los aduladores; pero, mi amigo fué como una piedra abrasada por el fuego, porque me tuvo en sí a mí, que soy el fuego divino; y así como el fuego y la paja no concuerdan entre sí, igualmente la falsedad no se propaga, donde habita la verdad y el fuego del amor divino.
Pero mi amigo poseyó y dijo la verdad, y porque vió la frialdad de los hombres para con Dios, y su codicia respecto al mundo, amó mucho; y así me pidió una señal de amor, por la cual se encendiera el hombre en el amor de Dios, y se disminuyera la codicia. Y como me lo pidió por amor de Dios, yo, que soy el mismo amor, le di la señal de que todos los que a su iglesia acudieran vacíos, quedasen llenos de mi bendición y libres de sus pecados.
Y dijo otra vez la Santa: ¿Por ventura, Señor mío, debe recovar vuestro sucesor lo que habéis dado vos, que sois el manantial de todo poder y gracia? Y respondió Jesucristo: Fijo es lo que dije a Pedro y a sus sucesores: Todo lo que atáreis, será atado. No obstante, por la malicia de los hombres se quitan muchos bienes, y por la fe y los méritos se aumenta la gracia concedida.
Excelencia y divina virtud de las palabras de la Sagrada Escritura.
Capítulo 30
Hablaba Dios Padre a la esposa de su Hijo y le decía: Oye tú que te admiras de las palabras que ves escritas en la Biblia. Has de saber por muy cierto, que cada palabra escrita en ella ha provenido de mí y tiene su propia virtud y eficacia. Y al modo que ves que las piedras preciosas tienen en el mundo sus virtudes particulares, como el imán tiene su virtud atractiva respecto al hierro; unas piedras muelen el grano y lo convierten en harina; y otras se convierten en cal y tienen virtud para unir entre sí las demás piedras; estotras afilan el hierro como los guijarros, y de este modo cada clase de piedra tiene su propiedad; igualmente, cada palabra que ha provenido de mí, tiene sus propiedades, y todas están resplandeciendo en el cielo con eterna hermosura delante de todo mi ejército celestial, como preciosísimas piedras de bellísimo color engastadas en muy reluciente oro, y todo el que ésta en el cielo conoce la principal virtud de cada cual de ellas.
Se aparece san Dionisio a la Santa, y la consuela en una tribulación.
Capítulo 31
Hallándose de vuelta de la peregrinación a Santiago el esposo de santa Brígida, comenzó a enfermar en Atrabato, y agravándose la enfermedad, se entristeció en gran manera la esposa de Jesucristo, y mereció la consolara san Dionisio, el cual, apareciéndosele en la oración, le dijo: Yo soy Dionisio, que durante mi vida vine de Roma a estos puntos de Francia para predicar la palabra de Dios. Y porque con especial devoción me amas, te anunció que Dios quiere darse a conocer en el mundo por medio de ti, y tú estás entregada a mi custodia y protección. Por tanto, te ayudaré siempre y te doy por señal, que de esta enfermedad no morirá tu esposo. Y en otras muchas ocasiones el mismo san Dionisio visitaba en las revelaciones a la Santa y la consolaba.
La santísima Virgen certifica a santa Brígida la autenticidad de una preciosa reliquia de la Señora.
Capítulo 32
Como residiese santa Brígida por algún tiempo en la ciudad de Nápoles, la mandó a llamar una religiosa del monasterio de Santa Cruz, llamada Clara, y le dijo: Tengo unas reliquias de los cabellos de la Madre de Dios, que me los dió una muy santa reina, y ahora te los daré, porque me ha inspirado el Señor que te los entregue. Y servirate de señal que es verdad lo que te digo, que moriré pronto, e iré a mi Señor, a quien mi alma ama sobre todas las cosas. Después de esto sobrevivió pocas días, y murió después de recibir los Sacramentos de la Iglesia.
Dudando santa Brígida si aquellos cabellos eran de la Virgen María o no, se le apareció en la oración la misma Madre de Dios, y le dijo: Como es verdad y muy cierto que yo nací de Joaquin y de Ana, así también es verdad que esos cabellos nacieron en mi cabeza.
Fortaleza y conformidad de santa Brígida en la muerte de una hija suya.
Capítulo 33
Sabedora la esposa de Jesucristo de que había muerto su hija Ingeburgen, religiosa del monasterio de Risabergh, alegrándose, dijo: ¡Oh, mi Señor Jesucristo! ¡Oh Amador mío! Bendito seáis, porque la llamasteis antes que el mundo la cogiera en sus lazos. Enseguida entró en su oratorio, donde derramó tantas lágrimas y dió tantas sollozos, que pudieran oirle los que estaban cerca, y decían: Llora por su hija. Apareciósele entonces Jesucristo y le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? Aunque todo lo sé, quiero informarme de ello porque tú me lo digas. Y respondió la Santa: Señor, no lloro porque mi hija haya muerto, sino que me alegro, porque si hubiese vivido más, habría tenido que daros mayor cuenta; lloro, porque no la instruí según vuestros mandamientos, y porque le di ejemplos de soberbia y la corregí con excesiva lenidad.
Y le dijo Jesucristo: Toda madre que llora porque su hija ofende a Dios, y la instruye todo lo mejor que puede, es verdadera madre de verdadero amor de Dios, y madre de lágrimas, y su hija es hija de Dios por causa de su madre; pero la madre que se alegra porque su hija sepa conducirse según el mundo, sin cuidarse de sus costumbres, con tal que pueda ser ensalzada y favorecida por el mundo, no es madre sino madrastra. Así, pues, por tu amor y buena voluntad, tu hija llegará por el camino más corto a la corona de la gloria.
Un santo crucifijo previene a cierta señora y le revela su próxima muerte.
Capítulo 34
Cierta señora del reino de Suecia, que estaba en una iglesia junto a Santiago de Galicia, vió pintado en la pared un crucifijo, mirándolo atentamente con devoción y compasión, oyó entonces una voz que le decía: Dondequiera que vieres esta imagen y la oyeres hablar, allí has de permanecer y morirás. Al regresar a su patria pasó otra vez por Roma, y como llegase a la ciudad de Montflascon, vió en la casa de una señora una imagen semejante a la que había visto en España, y entonces la imagen le dijo: Aquí entrarás y permanecerás; pues yo inclinaré el ánimo de la dueña de la casa, para que te dé aquí habitación. Encerrada allí aquella señora, perseveró constantemente en lágrimas, ayunos y oraciones, e hizo una vida ejemplar y milagrosa.
En cierta ocasión vió también esta señora una columna, sobre la cual había una señora de mediana estatura, a la que miraban muchas gentes y se maravillaban, y de su boca salía una especie de rocío y flores blancas y encarnadas, con cuyo olor se deleitaban los que la estaban viendo. Al despertarse la siguiente noche, vió lo mismo, y oyó una voz que le decía: Esa mujer que ves en tu paisana Brígida, que hallándose en Roma traerá de remotos países vino mezclado con rosas, y lo dará a los sedientos peregrinos.
El Señor viene en favor de santa Brígida, para que pueda pagar algunas deudas que había contraído.
Capítulo 35
Antes de la fiesta de Todos los Santos, aconteció que santa Brígida, que se hallaba en Roma y que por falta de medios había tomado dinero prestado de varios, sin haber recibido recurso alguno de su patria por espacio de tres años, estaba llena de angustia a causa de sus acreedores, quienes diariamente le instaban que les devolviese el dinero prestado.
Entonces dijo Jesucristo a la Santa: Toma resueltamente dinero prestado, y consuélate, y promete a tus acreedores devolvérselo todo el primer domingo después de la octava de la Epifanía del Señor, cuando se enseña el sudario, porque entonces se les pagará todo. Así lo hizo, y cerca de la víspera de la referida dominica llegó de su patria un mensajero que traía dinero, y en aquel mismo día abonó a sus acreedores.
El Señor corrige a un obispo que había juzgado poco bien de la Santa.
Capítulo 36
Cierto día que la esposa de Jesucristo estaba convidada a comer con el obispo de Abo, D. Hemmingo, tomaba en honra de Dios de los delicados manjares que había en la mesa, por lo cual el obispo decía en su corazón: ¿Por qué esta señora que tiene don del Espíritu Santo no se abstiene de los manjares delicados? Entonces, sin saber la Santa nada de tales pensamientos, como estuviese en oración cerca de las vísperas, oyó en espíritu una voz que le decía: Yo soy quien llenó a un pastor del espíritu de profecía, ¿acaso por sus ayunos? Yo instituí el matrimonio, mas no por mérito de los casados. Yo mandé al Profeta que recibiese por mujer a una adúltera, ¿por ventura no obedeció? Yo soy el que hablaba con Job, igualmente cuando se hallaba en el seno de sus delicias, como cuando estaba sentado en el muladar. Luego porque soy admirable, hago sin méritos precedentes todo cuanto es de mi beneplácito.
Al punto refirió la Santa esta revelación al mencionado obispo, el cual en ella se reconoció a sí mismo, y confesó que en la mesa había tenido aquellos pensamientos; por lo que humillándose y pidiendo perdón a la Santa, le rogó que orase por él. Al tercer día, estando en oración santa Brígida, se le apareció la santísima Virgen María y le dijo: Dile a ese obispo que, porque todas sus predicaciones acostumbra principiarlas con mi alabanza, y porque aun cuando te censuraba en la mesa, aquel juicio no procedía de envidia sino de amor de Dios, merece que el amor de Dios lo consuele. Dile, pues, que yo quiero servirle de madre y presentar a Dios su alma; y ahora le explicaré que él es el séptimo de aquellos animales que ya te he manifestado, y que él llevará las palabras de Dios delante de los reyes y de los pontífices.
Alabanza del Sagrado Lignum Crucis.
Capítulo 37
Un joven de Suecia, de la diócesis Lincopense, tenía por herencia paterna una cruz de oro, en la que estaban contenidas unas reliquias del verdadero madero de la santa cruz, el cual joven vendió por pobreza aquella cruz, y dió el Lignum Crucis a una mujer devota, la que temiendo tenerlo consigo, se lo regaló a santa Brígida. Dudando la Santa si aquello sería del verdadero Lignum Crucis o no, le dijo Jesucristo: Ese joven hizo un cambio de ningún provecho, porque recibió lodo y dió una preciosísima margarita, recibió oro despreciable y dió el santo madero, con que hubiera podido vencer a sus enemigos; recibió lo apetecible a sus ojos, y perdió lo que es el deseo de los ángeles. Llegará, pues, el tiempo en que el madero que ahora es menospreciado, aparezca terrible. Pocos hay que piensen cuán lleno de dolores estaba yo en ese madero, cuando se partió mi corazón, y mis tendones se apartaron de las coyunturas. Santa Brígida mandó volver a poner aquel Lignum Crucis en una caja decorosa, a fin de que no lo llevasen personas indignas.
Dios permitió que fuese atribulada la Santa, no encontrando por mucho tiempo dónde habitar en Roma.
Capítulo 38
Después que por espacio de cuatro años había residido en Roma santa Brígida en la casa del Cardenalato, junto a la Iglesia de san Lorenzo in Damaso, le mandó a decir el Cardenal Vicario, que dentro de un mes desalojara aquella casa y buscase otra para ella y su familia. Oyendo esto la Santa se contristó mucho, porque tenía consigo una hija joven, noble y bien parecida, que llamaba la atención de todos; y temía por esto no poder encontrar una casa tan a propósito para guardar su honradez y la de su hija. Pidió entonces auxilio a Dios, el cual queriendo probar a su sierva, le dijo: Ve y prueba por este mes, dando vueltas por la ciudad tú y tu confesor, por si acaso pudiérais encontrar otra casa que os convenga.
Obedeciendo la Santa, durante todo aquel mes estuvo dando vueltas por Roma con dolor y pena, acompañada de su maestro y padre espiritual, y no pudo encontrar una casa conveniente. Su hija doña Catalina, viendo las angustias de la madre, y temerosa por su honor, lloraba mucho. Dos días antes de expirar el plazo del mes, hizo la Santa preparar y atar sus baules para dejar la casa e ir a residir en los hospicios públicos de los peregrinos. Oprimida entonces de dolor, se puso a orar, y con lágrimas pedía al cielo la socorriera. Apareciósele al punto Jesucristo y le dijo: Te afliges, porque no has podido encontrar una casa que te convenga.
Has de saber que he permitido esto para tu provecho y mayor corona, a fin de que probaras por experiencia la pobreza y trabajos que padecen los pobres peregrinos que van peregrinando fuera de su patria, y para que sepas tener compasión de ellos. Has de saber, sin embargo, que no te han de echar de esa casa, sino que te mandarán a decir de parte de su dueño, que permanezcas tranquila en ella en buena paz y quietud como hasta ahora tú y tu familia; y allí estaréis seguros tú y tu familia y todos los tuyos, y nadie en lo sucesivo podrá inquietaros.
Alegróse santa Brígida, y fué a referir esta revelación al P. Pedro, su director espiritual. Al punto llamó a la puerta un mensajero que traía una carta del dueño de la casa, en la cual la consolaba, diciéndole que no saliera de la casa, sino que se quedase de asiento en ella y la viviese con toda tranquilidad y reposo.
Milagrosa curación recibida por el que escribió estas revelaciones.
Capítulo 39
Refiere el prior P. Pedro, que como él padeciera contínuamente, desde su niñez, muy fuertes dolores de su cabeza, rogó a santa Brígida, quien a la sazón se hallaba en el monasterio de Alvastro, que sobre el particular pidiera a Dios por él; y estando en oración la Santa, se le apareció Jesucristo y le dijo: Ve y dile a fray Pedro, que ya está libre del dolor de cabeza. Escriba, pues, decididamente los libros de mis palabras que se te han revelado, porque tendrá quienes le ayuden. Y desde aquel día hasta treinta años después, no volvió a sentir dolor de cabeza.
Debe recibirse con acción de gracias lo que por Dios se da.
Capítulo 40
Al volver de la santa ciudad de Jerusalén a Roma santa Brígida, a sus paso por Nápoles, movida a compasión una reina, le dió como socorro cierta cantidad de dinero. Dudaba la Santa si debería recibir aquella ofrenda, y apareciéndosele entonces Jesucristo, le dijo: ¿Acaso por la amistad se ha de devolver la enemistad, o por el bien se debe devolver el mal? ¿O en un vaso frío se ha de poner otra vez nieve, para que se enfrié más? Por tanto, aunque la reina te dió con frío corazón la ofrenda que te hizo, debes, sin embargo, recibirla con amor de Dios y reverencia, y orar por ella, a fin de que pueda llegar al calor divino; porque está escrito: La abundancia de unos debe suplir la escasez de los pobres; y que ninguna buena obra quedará olvidada en la presencia de Dios.
Cómo los cánticos y la regla de santa Brígida para sus religiosas, fueron inspiradas por el Espíritu Santo.
Capítulo 41
Envíale a ese amigo mío mis horas, dice la Virgen a la Santa, y dile, que las dictó el mismo que dictó la Regla, y el mismo espíritu que te dió lecciones de escribir, le enseñó a dictar el canto con cosas admirables. Pues le llegaba a sus oídos tan divino espíritu, que su cabeza y pecho se llenaban, y excitábase su corazón en el amor de Dios; y según que le enseñaba aquel soplo del Espíritu Santo, su lengua profería el canto y las palabras: por consiguiente, no conviene abreviar éstas.
Pero dile que las presente a mi querido amigo el obispo Henmingo, y si éste quiere, puede añadir o explicar algo. Todo cuanto allí está escrito acerca de mi infancia es verdadero, y en nada se contradice con la Iglesia. Y aunque allí no haya un profesor de latinidad, no obstante, las palabras salidas de los labios de ese querido amigo mío me agradan más que las de cualquiera otro maestro mundano. Las horas juntamente con la Regla, deben guardarse después en el monasterio de Alvastro, hasta que se acabe de construir mi monasterio.
Cómo se comunica el espíritu del señor y que son suyos los cánticos de que usa la religión de las Brígidas.
Capítulo 42
No es más difícil a Dios hacer que hablar, dice la Virgen a la Santa. El Señor es quien ha creado las serpientes venenosas, para que sepan adónde pueden presentarse según su necesidad. Pero con mayor gusto se inclina al hombre para alumbrarle, según es de su agrado, la conciencia con la inteligencia de sus palabras. Y hace esto de dos modos.
Primero, como a ti te parece, que una persona te muestra lo que deba decirse: y segundo, como le parecía a tu maestro, que se llenaban de espíritu sus oídos y boca, y el corazón, como si fuera una vejiga, se hinchaba con el ardiente amor a Dios, por lo que consiguió saber aquellas palabras que ignoraba antes, como el hacer responsorios, antífonas e himnos, e igualmente debió ordenar el canto; por lo cual ninguno de estos debe abreviarse o aumentarse, a pesar de que se le permite explicar alguna palabra, si acaso pareciere obscura.
Importancia y fruto de la limosna hecha por Dios.
Capítulo 43
Como en cierta ocasión santa Brígida padeciera escasez en un viaje, por haber dado por honra de Dios el dinero que consigo tenía, hallándose en oración, se le apareció nuestro Señor Jesucristo, por cuyo amor estaba necesitada por socorrer a los extraños, y le dijo: Aunque el mundo sea mío, y pueda yo dar todas las cosas, sin embargo, me es más grato lo que se da por amor de Dios, y con mayor gusto dispongo de lo que me está consagrado. Ahora, pues, que por honra mía habéis invertido alegremente vuestros bienes, recibiréis por tanto de lo mío en el tiempo de vuestra necesidad.
Manda decir al Arzobispo de esta ciudad lo siguiente. Así como todas las iglesias son mías, del mismo modo son mías todas las limosnas. Da, pues, a mí y a mis amigos lo que es mío, porque aun cuando me es grato levantar los muros de las iglesias, me es igualmente grato ayudar a mis amigos necesitados, que por amor mío invirtieron sus bienes.
Acuérdate, que envié a casa de una pobre viuda a Elías, a quien antes había yo alimentado por medio de unos cuervos; y no porque en aquel tiempo no hubiese varios más ricos que aquella viuda, ni porque sin la viuda no podía yo tener sin sustento al Profeta, que se había pasado cuarenta días sin comer; sino que hice esto, porque quería probar la caridad de la viuda, para que fuese manifiesta a otros, cuya caridad conocía bien yo, Dios, que profundizo los corazones y el interior de las personas. Tú, pues, que eres padre y señor de la viuda, sirve con mis bienes a las viudas, pues aunque sin ti lo puedo todo, y tú sin mí nada, quiero no obstante contemplar por ahora tu caridad para con ellas.
Dios promete a santa Brígida que después de su muerte se ha de conocer cuán verdadero era su espíritu, y que muchos por su medio se volverán a Dios.
Capítulo 44
Hablaba santa Brígida a la divinidad, y decía: Oh dulcísimo Dios mío, cuando os dignáis visitar mi corazón, no pueden contenerse mis brazos sin abrazar mi pecho con la deífica dulzura de amor divino que entonces siento en mi corazón. Paréceme que estáis impreso en mi alma de tal modo, que verdaderamente seais su corazón y su médula, y todas sus entrañas, y así, me sois más querido que mi alma y mi cuerpo juntamente; feliz sería yo si hiciere lo que sea de vuestro agrado. Por tanto, amadísimo Señor, dadme auxilio y fuerzas para hacer en todo lo que sea para vuestra honra.
Y respondió Dios: Hija, como la cera se imprime por el sello, así tu alma se imprimirá por el Espíritu Santo, para que después de tu muerte digan muchos: Ya vemos que el Espiritu Santo estaba con ella. Y mi calor debe agregarse al tuyo, de modo que todos los que alli se acerquen, se calienten y queden alumbrados.