Virgen de Guadalupe
Virgencita del Tepeyac, morena,
tu eres mi madre, Señora Divina
tu eres la luz donde el mundo camina,
Dios te forjó pura y de Gracia Plena.
Desde el cielo bajaste envuelta de Sol
de entre toda escogida Doncella,
con el fulgor de la más bella estrella
para dar belleza a la mar tornasol.
Oigo cantar, a la madre más bella
una voz canora en el paraíso,
a la Reina del cielo que dios quiso
que con pureza siguieran su huella.
En la campiña no existe la rosa,
en toda la tierra no hay oro mejor
siquiera comparable a tu resplandor
ni pureza de Santísima Esposa.
De los humanos eres Sagrario
y me cubre tu Venerable Aliento…
el dulce Ayate, tu Tilma, tu Manto
y todo se calma en tu Rosario.
Te canto porque soy guadalupano
y con esa voz, traigo un solo ruego
“Mi Niña” como dijo el indio Diego,
no olvides a tu siervo franciscano.
A la Inmaculada Virgen de Guadalupe
Virgen bella, tus ojos rutilantes
son los que velan al nacer la aurora,
ellos son los que al cielo dan cambiantes
con su lumbre fulgente y bienhechora;
ellos dulces, tranquilos y radiantes,
prestan luz a la luna brilladora;
y ellos imprimen luminosas huellas
en la callada faz de las estrellas.
Los blondos pliegues de tu rico manto
son los que prestan a la noche umbría
las gratas sombras, cuyo suave encanto
derram en nuestro ser tierna alegría;
esas sombras que a aquel que vierte llanto
le infunden dulce calma en su agonía,
y dan a la alta noche silenciosa
su plácida influencia misteriosa:
Es tu divina voz la que resuena
en medio de los bosques silenciosos
cuando en la noche lánguida y serena
pueblan el aire ruidos misteriosos;
ella es la que alza en la campiña amena
sonidos delicados y armoniosos
y ella gentil, con sus cadencias varias
ecos presta a las grutas solitarias.
Es tu aliento divino y fecundante
el que da vida a las lozanas flores
y el que apacible llena el aure errante
de frescura y purísimos olores;
el que se esparce místico y fragante
del bosque entre los plácidos rumores,
y el que blando se aspira por doquiera
al llegar la florida primavera.
Es tu celeste y maternal cariño
el que inefable nuestro pecho siente,
cuando el candor con su brillante aliño
orna nuestra alma y nuestra tersa frente;
y en nuestro tierno corazón de niño
entonces de la fe brota la fuente,
haciendo con sus aguas deliciosas
crecer en él de la virtud las rosas.
Es de tu amor el fuego soberano
el que vierte en nuestra alma la alegría,
y es tu divina y poderosa mano
la que nos lleva por segura vía;
son tus ojos antorchas del humano,
tus acentos tesoros de armonía,
es tu almo aliento de los cielos brisa,
y es el iris tu célica sonrisa.
Lance hoy mi lira notas a millares
y forme un eco mi atrevido acento
entre las ondas de los anchos mares
y entre los pliegues del sonoro viento,
para decirte en férvidos cantares
¡Oh Virgen Santa! germen de contento:
¡Salve mil veces, mística creatura,
pura en tu origen y en tu vida pura!